Nuestro rector Andrés Velarde sostiene que el Bicentenario de la República debemos entenderlo como una oportunidad para deponer antagonismos y fijar propósitos valederos para nuestra nación.
Estamos a un año de celebrar el Bicentenario de la República y, lamentablemente, el preámbulo de tan importante fecha no es el más deseable. Nos afecta una crisis grave y de amplio alcance por causa de la pandemia, pero también es justo reconocer que esta ha puesto de manifiesto problemas y desaciertos de larga data de una forma dramática.
Ocasiones como la que tenemos ad portas deben servir para hacer un balance y una reflexión profunda de nuestros activos y pasivos como nación, de las promesas pendientes, los proyectos inconclusos, pero sobre todo de aquello que ha significado unión y progreso para el país. Son estas conquistas en las que debemos perseverar, y a ellas y a las tareas que tenemos por delante quisiera referirme.
El Plan Bicentenario, presentado por el CEPLAN hace una década, tenía como premisa la necesidad de que los peruanos compartamos una visión de futuro. Esto representa a la vez una condición y un objetivo indispensables para no perder de vista propósitos realmente valederos. Los sucesos recientes demuestran que tenemos cuestiones por resolver en áreas fundamentales para cimentar el devenir de nuestro país: salud, educación, infraestructura, seguridad y justicia, todo ello a través de un entorno inclusivo, accesible y sostenible.
Así, asumiendo que de toda situación crítica es posible extraer oportunidades, comencemos por desterrar el inútil estado de polarización en que vivimos desde hace décadas. El antagonismo político se ha convertido en una barrera insalvable para lograr los consensos que requiere el país, de manera que entendernos y tender puentes en función de las tareas prioritarias, mucho más después del perjuicio ocasionado por la pandemia, es una obligación.
Este entendimiento también hay que orientarlo a eliminar la corrupción, que según un informe presentado por la Contraloría le costó al Perú S/. 23,000 millones en 2019. Para ello habrá que emprender reformas que reduzcan el aparato público transformándolo en uno eficiente y transparente, y será igualmente necesario la revisión de un proceso de descentralización que a la luz de los hechos ha sido desvirtuado.
En lo concerniente a salud y educación, dos soportes medulares del desarrollo de las naciones, además de mayores recursos la tarea debe enfocarse en una inversión inteligente de los mismos. Poco lograremos desplegando escuelas y hospitales si no contamos con el activo humano que pueda gestionarlos. Lo aconsejable es replicar las experiencias y prácticas que son exitosas.
Así, tenemos en Lima dos hospitales de Essalud, concesionados bajo la modalidad de “bata blanca”, con notables estándares en la atención y seguimiento de los pacientes y la provisión de medicamentos, flancos que suelen ser débiles en la salud pública. En el campo educativo, como hemos mencionado en este espacio, es clave garantizar el acceso a una educación de calidad en todos los niveles para todos los peruanos, y en ese sentido la carencia de instalaciones físicas puede ser adecuadamente compensada por sistemas de aprendizaje remoto. Es un territorio en el que hemos comenzado a caminar un poco a tientas en una circunstancia adversa, pero a no dudarlo se introducirán mejoras a través del tiempo.
Para terminar, miremos siempre las experiencias de éxito. Son muchos los países que nos enseñan el camino hacia el progreso y el desarrollo, levantándose incluso de situaciones catastróficas. Que el bicentenario del Perú nos anime a construir un país grande.
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