No sé cómo sentirían los londinenses el interminable bombardeo de la aviación alemana sobre sus casas, día y noche, en la Segunda Guerra Mundial. Pero era el enemigo quien les bombardeaba. Ahora, quien dice estar a nuestro servicio y consideramos de los nuestros nos explota día tras día en nuestra cara como protagonista de corrupción. Esta bomba destruye con crueldad: a su destrucción le une la tortura del mal olor. No hay día que no suframos este bombardeo.
Sin embargo y siendo tan grande su estrépito y destrozo moral, no es tanto esta corrupción la que provoca mi sorpresa, sino los comentarios y las respuestas de “las personas de la calle” en entrevistas y encuestas, que reflejan su pensar y su sentir.
Me sorprende, por una parte, la esquizofrenia de nuestra sociedad, que manifiesta su escándalo y enfado ante “tanto corrupto grande”, a la vez que comprende y justifica con toda naturalidad la corrupción cotidiana “en lo pequeño”: en esa factura sin IVA, en esa declaración a la baja de ingresos… Como pueblo pícaro, esta sociedad denosta la corrupción si es “obscena” (y de otros, más aún si son ricos), mientras que la justifica -de hecho, la alaba- si ésta es “normal”, nuestra; esa del “todos lo hacen”. Parece, pues, que en la corrupción, como en tantas otras cuestiones, “el tamaño sí importa”. Y parece que hemos olvidado aquello de “quien es infiel en lo poco…”, o que la confianza se pierde más con lo pequeño y continuo que con lo grande y puntual.
Por otra parte, y a la vez que la esquizofrenia señalada, me sorprenden también algunas de estas respuestas, porque desvelan algo que considero más grave: una envidia latente. En efecto, no son pocos quienes desvelan en sus palabras y gestos que sienten tristeza ante la corrupción… , pero que harían lo mismo si pudieran. Sienten tristeza ante “el bien” de otros porque ellos no pueden alcanzarlo; su escándalo e indignación ante la actuación ajena se vuelve vaga cuando la pregunta se vuelve sobre ellos: ¿hubieran usado las tarjetas opacas?, ¿nunca?, ¿habrían enchufado a familiares (quizás “enchufar” suene fuerte; digamos, mejor, “procurar que encuentren empleo…”) si tuvieran poder?”. Si estaban previstas unas pequeñas dietas por asistir a ‘x’, por las que todos cobrarían ‘y’, ¿las hubieran rechazado ellos? Todo esto confirma una vez más que la sociedad española es una sociedad pícara y envidiosa.
Dicho lo dicho, que haya personas corruptas ni me extraña ni me sorprende: estamos llenos de debilidades, entre ellas, las citadas. Pero mucho menos debiera sorprendernos si, elevando nuestro foco, añadimos a la debilidad señalada dos anotaciones más: el contexto histórico reciente y, más todavía, el marco conceptual y de valores en el que vivimos.
Sólo con “hacer historia”, desde el año 2007 podemos concluir que, lejos de ser cosa distinta, la corrupción personal e institucional que ahora sufrimos y la crisis económica son capítulos del mismo libro; comparten una misma línea argumental. Tras el estallido y escándalo por la conducta de las empresas e instituciones, ahora salen a la luz, estallan y nos escandalizan las conductas de sus dirigentes o de quienes ostentan un ámbito de poder, como si acaso desconociéramos que detrás de todas estas gestiones están las personas; esta, es una lección que, por evidente, a veces la olvidamos.
Y esto quizás nos permita recordar otra segunda lección, también histórica, que las empresas y organizaciones no debemos olvidar nunca: la del pago con la “misma moneda”. La cultura de una empresa es criterio de conducta para sus empleados; ¿qué diferencia de fondo hay entre la actuación de Bank of America o Morgan Stanley (empresas) y la de Miguel Blesa, de Bankia? ¿Iba a respetar éste a su institución cuando ésta tampoco respeta a sus clientes? ¿Iba éste a respetar los límites que no respetó su institución, límite que “todos traspasaban” porque eso hacen las empresas? Lo cierto es que una empresa que se comporta así sólo podrá esperar de sus empleados -más si son sus protagonistas- la misma conducta.
Verdaderamente, me extraña la sorpresa y el escándalo aparentes por tanta corrupción. Más aún si hacemos referencia a los valores, esos que vivimos. Pero esto ya para otro día.
Este post es una colaboración de José Ramón Lacosta, presidente del Foro Europeo y docente de la asignatura «Liderazgo, valores y empresa» del MBA Internacional de la Universidad Privada del Norte.
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