COVID-19 e inmunidad. Nuestro director nacional de la Facultad de Ciencias de la Salud interpreta un estudio de Imperial College en Londres, según el cual los anticuerpos contra este virus disminuyen gradualmente y pondrían en cuestión el efecto protector de la «inmunidad de rebaño».
La COVID-19 es una enfermedad emergente de aparición reciente por lo que la información sobre duración de la inmunidad todavía sigue siendo parcial e incompleta. Un reciente estudio del Imperial College de Londres1 en el que se realizaron pruebas serológicas en poco más de 365,000 adultos en tres momentos diferentes entre julio y setiembre evidencia que la detección de anticuerpos disminuye gradualmente. En promedio, el nivel de anticuerpos cayó un 26.5% durante este periodo, pero la caída fue mayor en los adultos mayores (39%), mientras que en los adultos jóvenes los anticuerpos descendieron solo en un 14.9%.
El estudio también evidencia que los asintomáticos pierden anticuerpos más rápidamente que aquellos que desarrollaron una forma grave de la enfermedad. ¿Cómo debemos interpretar estos resultados? Algunos consideran que estos hallazgos son desalentadores porque ponen en cuestión el potencial efecto protector de la “inmunidad de rebaño” y de las vacunas por cuanto ambos se sostienen en el supuesto de que la inmunidad es duradera. Si la inmunidad es de corta duración, las personas que ya se infectaron pasarían en pocos meses a engrosar nuevamente el grupo de susceptibles y eventualmente podrían volver a enfermar.
Hasta el momento se han publicado 25 casos bien documentados de reinfecciones, es decir, personas que tuvieron la enfermedad hace varios meses, sanaron y posteriormente volvieron a infectarse y enfermar. Incluso se ha reportado la primera muerte a consecuencia de una reinfección en una anciana de 89 años. Sin embargo, estos casos parecen ser solo la excepción a la regla y posiblemente la mayoría de personas que tuvieron la infección no vuelvan a enfermar. Incluso en los casos de reinfección reportados el nuevo episodio fue menos grave que el primero. Por otro lado, sabemos también que además de la inmunidad humoral mediada por anticuerpos (cuya permanencia en sangre aparentemente es de pocos meses), se activa la llamada inmunidad celular mediada por linfocitos T, de manera que es posible que se desarrolle una “memoria inmunológica” que frente a una nueva exposición al virus pueda desencadenar una respuesta de defensa igual o incluso mayor que la anterior.
Esta “segunda ola inmune” podría evitar el desarrollo de la enfermedad o por lo menos reducir la posibilidad de una forma grave. ¿Cuál sería el impacto de estos hallazgos sobre las vacunas? Los investigadores sugieren que estos resultados no necesariamente implican que cuando dispongamos de la vacuna su efecto protector será de corta duración. La respuesta inmune inducida por la vacuna podría ser incluso mayor que la respuesta a una infección natural. Si en algún grupo, como los adultos mayores, el tiempo de protección es de corta duración, se necesitaría una dosis de refuerzo para intensificar o prolongar la respuesta inmune. Por lo tanto, mientras no tengamos respuestas definitivas sobre la duración de la inmunidad, todos -incluyendo las personas que ya tuvieron la infección- debemos seguir y promover las “3 reglas de oro de la nueva normalidad”: uso de mascarillas en los espacios públicos, distanciamiento social y permanente higiene de manos.
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