Muchas personas, en su mayoría mujeres jóvenes, desarrollan dificultades relacionadas con la comida. Dificultades que se convierten en círculos viciosos que afectan a la persona y a la familia cercana. Por lo general, el síntoma que presentan es una metáfora de los juegos relacionales familiares, es decir, son expresiones de dificultades más allá del individuo que presenta el síntoma, que nos hablan de las relaciones familiares que vive. Abordaremos dichas dinámicas con el fin de proponer alternativas de mejora.
La manera en que las personas expresamos nuestros malestares y/o dificultades está más allá de la comunicación verbal. Cuando la persona no expresa verbalmente, lo hace de modo no verbal: “el cuerpo habla”. Cuando esto pasa, nos convertimos en presos de nuestras expresiones no verbales que, por alguna extraña razón, no podemos manifestarlas de otra manera. Estos aspectos valen para muchos problemas pero cobran especial relevancia en familias con dificultades alimenticias.
Por lo general, son chicas jóvenes, inteligentes en muchos sentidos, atrapadas en juegos familiares especialmente ambiguos, con una capacidad extraordinaria para soportar casi toda situación emocional intensa fruto de un exceso de dependencia emocional entre los miembros de la familia.
En muchas ocasiones, son presas de secretos familiares que circundan alrededor de ellas. Esos secretos son producto de situaciones difíciles de afrontar y/o que tienen que permanecer ocultas para salvaguardar la “estabilidad” familiar. Ellas son portavoces, a través del lenguaje de su cuerpo, de mensajes ocultos que se hacen visibles en un problema alimenticio. ¿Qué mejor forma de comunicar lo incomunicable?
Coincide muchas veces con la etapa adolescente, periodo en donde se espera independencia y reacomodo de reglas, pero que es vivida como una etapa de peligro de perder la “unión familiar”. Estos mitos familiares de “todo tiene que estar bien” encadenan y petrifican la dependencia emocional. La mayoría de veces, de esta sensación de peligro “no se habla” ya que es “la mejor forma” de dejar la amenaza a un lado.
No debemos olvidar esta sensación de querer estar dentro del peso “ideal” y todo lo referido a la “moda” de la chica perfecta, además del bombardeo sobre la importancia de la imagen en el mundo actual, donde hay que “parecer” más que ser. Lejos de esto, hay muchas potencialidades, personas muy listas y capaces, con capacidades resilientes importantes, agradables en sus interacciones cuando encuentran el espacio correcto, aunque capaces de mantener la “estabilidad familiar” a costa de su propia salud.
En sesiones de psicoterapia con estas familias es interesante observar diferentes ambigüedades. En primera instancia aparentemente “todo está bien”, es decir, son familias muy dignas y colaboradoras, preocupadas por el bienestar de los demás, fieles a callar y guardar. Es difícil creer que puedan tener juegos paradójicos y complicados. Pero conforme se exploran las dinámicas la metáfora del problema alimenticio se hace notar.
Algo que nos alarma son algunas perspectivas psicoterapéuticas reduccionistas, que no ven más allá de la aparente “chica que no se quiere” y “que tiene distorsiones cognitivas de su peso”, reduciendo el tratamiento a terapias individuales que apuntan a “subir la autoestima” de la persona. ¡Por favor! ¡Paremos la ceguera profesional! Ampliemos nuestro foco de intervención y entendamos que cuando la persona no habla, el cuerpo habla. En otras ocasiones se cree que la medicación es la única alternativa y se reduce el tratamiento al consumo de fármacos y a una visita mensual al psiquiatra para que regule la dosis y diga cosas como “regresa en un mes y no te olvides de tomar tus pastillas”.
Consideramos que hay que ampliar las alternativas de mejora ensanchando en primer lugar nuestra visión como profesionales. Segundo, entender que detrás de una persona que presente este problema existe un juego familiar que lo sostiene y dinámicas relacionales que sumados a características personales crean configuraciones familiares especiales con las características antes mencionadas (y probablemente otras más según el caso), que son con las que tenemos que trabajar. Finalmente, creer en las capacidades de las familias, ya que así como sostienen este tipo de dificultades también son las que ayudan a mejorar las relaciones disfuncionales.
Cuando se habla de las dificultades con la alimentación, debemos observar más allá de la persona que posee el problema, entenderla como una metáfora familiar, una manera de comunicar lo que no se puede comunicar hablando. Los secretos, la dependencia emocional excesiva, el mito de la unión familiar, el callar y aguantar, además de los rasgos de personalidad, son elementos de análisis a considerar para poder implementar tratamientos. Ampliar la visión reduccionista y farmacológica es una tarea pendiente por los profesionales de la salud, incorporando aspectos relacionales-comunicacionales, familiares y hasta culturales para su entendimiento y tratamiento.
Recordemos: el “cuerpo también habla”. Escuchemos lo que nos quiere decir.
* Este post es una colaboración de Edén Castañeda, coordinador de la Carrera de Psicología-Campus Cajamarca de la Universidad Privada del Norte.
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