Alicia tiene 18 años, es una chica extremadamente cariñosa con sus maestros y familia, y uno de sus placeres es ver videos divertidos en Youtube. Estudia el cuarto ciclo de la carrera de Arquitectura y los cursos se le han complicado. No tiene conocimientos de física y dibuja muy mal. Sus docentes sospecharon que tenía algún tipo de deficiencia académica, e inclusive un problema psicológico. Piensan seriamente que ella no tendrá éxito, pues en la carrera “no la hace”.
Si bien es cierto que ellos no se equivoquen, no ahondaron en las posibilidades, capacidades y pasiones de Alicia, quien cuenta con una historia alterna: es una apasionada de escribir cartas de afecto a su madre, estudió en un colegio religioso con notas promedio altas, está terminando de estudiar francés y lo habla con increíble fluidez; y, a la vez, participa de un campeonato internacional de Dota en donde sus probabilidades de campeonar son muy altas. Entonces, ¿Alicia estará condenada al fracaso profesional? Si lo enfocamos desde la educación tradicional, sí, y muy probablemente se podría hablar de una mala orientación vocacional. Lo más seguro es que cuando Alicia era niña y dijo que quería viajar por el mundo jugando con todos sus amigos y conociendo con su familia la torre Eiffel, nadie le hiciera caso. Probablemente nadie se sentó a su lado para empezar a construir su sueño.
A puertas de finalizar la etapa académica escolar secundaria, un conjunto de interrogantes abordan la mente de un estudiante. ¿Qué carrera debo estudiar? ¿Qué profesión debo elegir? ¿Complaceré a mis padres con mi elección? ¿Tendré un buen salario y status social? Todas estas preguntas se fueron construyendo a medida que fuimos creciendo académicamente. Una sociedad como la nuestra nos lleva a buscar un modelo de éxito basado en el profesional destacado con un trabajo estable, sin tener claro los retos que plantea esto.
Aun cuando existen numerosas técnicas y pruebas vocacionales, un punto muy importante y en boga es la orientación profesional realizada por un experto. Usualmente esta responsabilidad recae en psicólogos y/o educadores especialistas en identificar cuáles son las características resaltantes en una persona y ayudarlo a definir en dónde podría desempeñarse mejor.
En todo caso una gran pregunta es: ¿Nuestro sistema académico formativo aboga porque el estudiante tenga en claro sus virtudes, capacidades y limitaciones de forma que pueda elegir? Cuando un niño en la etapa pre escolar, elige a los 5 años en su clase de “las profesiones” ser jardinero, profesor, músico, policía, pintor, actor, cantante, doctor, futbolista, skater, astronauta, bombero, enfermera, ¿logra esta meta?, ¿los educadores afianzan esta meta?, ¿los padres dejan de lado sus prejuicios y les enseñan a alcanzar esta meta y por ende felicidad? La respuesta salta a la vista cuando testeamos el alto nivel de deserción escolar, bajo rendimiento académico, frustración en los primeros ciclos universitarios y profesionales que terminan enfocando esfuerzos en actividades ajenas a sus estudios superiores.
Entonces, ¿necesitamos orientación vocacional? Una propuesta interesante es la construcción vocacional. La revolución educativa debería buscar posibilidades de desempeño profesional, partiendo de la valoración de las características personales con que cuenta cada persona. El aprendizaje debe darse en función del desarrollo personal, acompañado por el éxito académico, tomando en cuenta que no todos somos buenos para áreas marcadas como exitosas – “…si sabes matemática, entonces eres muy inteligente y futuro ingeniero… alégrate…”- y muchas veces dejamos de lado aquella pasión que alguien se encargó de asesinar tildándola de hobbie, pasatiempo o de “de eso no se puede vivir”. El estudiante, desde temprana edad, debe formar un aprendizaje integral, en donde guarde cercano vínculo con los mensajes llegados de casa, la escuela y la sociedad. Debemos buscar construir un futuro deseado, siendo creativos y a la vez realistas de lo que nuestros estudiantes pueden hacer y lograr.
Construir una vocación plantea el reto de generar una revolución en nuestros conceptos y asumir que tenemos la gran posibilidad de formar personas de éxito, que valoren todas sus habilidades y las pongan en práctica de forma provechosa y bondadosa. Dejar de lado el prejuicio de querer que los estudiantes se ajusten a un mundo globalizado y abandonen sus pasiones, y valorar la trascendencia, originalidad, creatividad que hay en cada uno de ellos. Construir la vocación implica un acompañamiento desde los primeros aprendizajes en el hogar, la escuela y la sociedad. Construir una vocación implica el serio desafío de enrumbar los diversos tropiezos, fracasos y frustraciones que puedan aparecer para convertirlas en una oportunidad de aprendizaje futuro. De esta manera, se podría hablar de una adecuada construcción vocacional y por ende una vida plena, con metas y pasiones que vivir.
Alicia tiene 22 años, decidió dejar su carrera para buscar trabajo en la Embajada Francesa, pues habla muy bien el francés. Su capacidad de empatía, buen trato y la seguridad que ha ganado en el trabajo le abrió nuevas posibilidades. Alicia viajará a París en un mes. Alicia construyó un futuro deseado. Alicia hoy es feliz.
*Este post es una colaboración de Eduardo Bazán Alva, coordinador de Orientación Psicológica de la Universidad Privada del Norte.
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