El 26 de enero último, la ciudad de Cajamarca se levantó con la noticia de un joven de 22 años que se había quitado la vida ingiriendo veneno. Había discutido antes con su pareja y él la había amenazado con quitarse la vida. Cuando horas después ella encontró el cuerpo de su amado, dejó una nota diciendo: «Mamá, si muero es porque lo amo». Luego ingirió el resto de veneno. A pesar que fue auxiliada, falleció en el hospital.
Probablemente ella llena de culpa, angustia y desesperación; él seguramente frustrado, sin ver otro camino que la muerte, desesperado, sintiendo que la vida no tiene sentido sin ella.
Las relaciones que terminan con un final como este, casi de cuento dramático, se inician en las relaciones familiares básicas, en aquellas maneras en que nos aman, en que nos enseñan a amar; allí en esos momentos cotidianos de cómo me expresan o no cariño, se van tejiendo cuando elegimos a quien amar, y se consolidan cuando, sin saber por qué, un adulto toma la decisión de amar de esa forma extrema, asfixiante y tormentosa, al extremo de morir por amor.
El término simbiosis, entendido como una fusión o exceso de cercanía en una relación, es parte de este tipo de relaciones. Personas que encuentran en el otro una razón para vivir, que asumen que el amor significa ser uno solo con el otro, sin opciones a “dejar su espacio personal”, que el dolor es parte de ese amor y cuya posibilidad de separación aterra a tal extremo que se es capaz de asesinar o suicidarnos. La relación simbiótica nos hace daño, sobrepasa la barrera del respeto personal, nos impulsa a la agresividad, nos arruina la vida y las de quienes “amamos”. La relación simbiótica convierte el amor en odio.
La mente humana, así como las relaciones que la influyen, son complejas. La sociedad de hoy es también compleja y violenta. Somos partícipes de una época dura, rápida y agresiva, somos presas de nuestras propias trampas, cosechamos eso que hemos sembrado, somos como la mítica serpiente llamada “uróvoro”, que se devora a sí misma.
Dentro de una semana la sociedad habrá olvidado a esta pareja, aunque su familia jamás los olvidará, y eso es lo especial de las familias, que pueden ser creadores de la belleza más grande de la misma forma en que pueden generar mucho sufrimiento y dolor. Una semana después aparecerá otro caso y nos sorprenderemos hipócritamente, juzgando y hablando desde la moral, como si no estuviéramos cerca de la violencia, como si no fuésemos seres violentos, como si no nos hubiera tocado en esas fibras íntimas personales, como si no fuésemos partícipes de esta sociedad.
Aunque siempre queda algo por hacer, la sociedad quizá no cambie, pero sí podemos dar amor mesurado, protector y sano, y podemos hacerlo con nuestras familias, con nuestros hijos, con nuestros padres, con nuestra pareja, con nuestro estudiante, con el amigo o con nuestros pacientes.
Siempre existe ese beso lleno de amor antes de dormir. Eso nos puede salvar.
*Este post es una colaboración de Edén Castañeda Valdivia, coordinador de la carrera de Psicología de la Universidad Privada del Norte.
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