El almizcle es una sustancia aromática grandemente cotizada y utilizada como fijador de perfumes. Es un producto animal que se obtiene de una glándula que posee el ciervo almizclero y que se evidencia en el ciervo macho adulto. Es uno de los productos animales más caros y su venta es supervisada. ¿Imaginan el aroma delicioso que debe tener esta sustancia para que su precio sea tan elevado? ¿Imaginan además cuán feliz debe ser ese ciervo viviendo con ese aroma toda su vida?, ¿o cuán agradable debe ser su entorno aromatizado con semejante fragancia?
Existe una historia que cuenta que un ciervo almizclero percibe el aroma del almizcle y le encanta, siente que le da mucha felicidad y lo busca intensamente alrededor suyo, en sus parejas, en los árboles, piedras, montañas, probando todo lo que encontraba en su camino. Sigue año tras año buscando tan maravilloso aroma y en esa búsqueda –si cabe la palabra- enloquece y se lanza a un precipicio muriendo sin encontrarlo. Lo que ese ciervo nunca descubrió es que tan deliciosa fragancia venía de él mismo y estaba muy pero muy cerca de su alcance.
Los seres humanos nos comportamos a menudo como ese ciervo almizclero y buscamos afuera lo que solo podemos hallar dentro de nosotros mismos. Como el ciervo, vamos probando lo que haya en el camino: parejas, viajes, trabajo y todo lo material que podemos adquirir, y seguimos caminando en pos de lo que únicamente podemos encontrar dentro.
Lo cierto es que cuando logramos ser capaces de encontrar momentos felices en los pequeños detalles de la vida, dejamos de buscar el almizcle.
Escucho con frecuencia, sobretodo en parejas jóvenes, cuán desesperados están por darles a sus hijos todo lo que sea posible. Se angustian si no les hacen la gran fiesta de cumpleaños, si no los ponen en el colegio más caro, si no les compran prendas de marca o si no tienen la capacidad de ir con ellos a un gran viaje de vacaciones, buscando el almizcle fuera sin saber que lo llevan dentro.
Lo que los niños realmente aprecian son los pequeños espacios junto a la familia. Esos paseos donde te enarenas o te ensucias de tanto jugar. Esos sencillos juegos junto a papá y mamá en un entorno de comunión familiar. Es justo que como personas identifiquemos esos espacios familiares llenos de almizcle, de aromas de felicidad. Cada familia tiene con seguridad los suyos y si no es así puede empezar a crearlos.
Cenar en familia algunas veces por semana, por ejemplo, genera un espacio de interacción muy personal y valioso, y como ese hay muchos otros que podemos implementar. Las investigaciones concluyen que las familias que comparten espacios de interacción crean jóvenes más exitosos y felices que aquellos que no lo hacen. De hecho también afirman que los jóvenes que tienen familias con características de alta interacción y compartir tienen mucho menos riesgos de caer en drogas u otros vicios. Aún más, se ha descubierto que si las prácticas de interacción familiar persisten hasta la juventud de los hijos, éstos crean una especie de “raíz familiar” que replican con sus propias familias prolongando generaciones de jóvenes sanos y familias felices. Un círculo de plena virtud.
Si las investigaciones se llevan adelante para darnos evidencia de los hechos, empecemos a trabajar en definir esas actividades familiares de interacción y con nosotros mismos. Comencemos por mirar dentro de nosotros todo lo bueno que tenemos y obtenemos de la vida y sintamos ese delicioso aroma de felicidad que viene de nosotros mismos y que es capaz de multiplicarse para hacer de nuestro entorno inmediato uno feliz.
El aroma del almizcle, también llamado musk (tal vez ese nombre te sea más común) está dentro de cada uno de nosotros y tiene un nombre todavía más familiar: se llama el aroma del amor, del amor por sí mismo y del amor por los demás. Descubierto ese aroma todo lo demás, en la vida, viene por añadidura.
*Este post es una colaboración de Ariadna Hernández De Tejeda, vicerrectora de Calidad Educativa de la Universidad Privada del Norte.
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