Veía hace poco cómo unos trabajadores trasplantaban un árbol con tanta dedicación y me pareció una experiencia extraordinaria dado que, como personas, enfrentamos a veces situaciones como esa.
Si bien puedo mirar a mi alrededor personas felices, parejas que se aman, también observo y recibo correos de personas que sufren enfermedad, soledad, abandono, pérdidas laborales y todas estas circunstancias dolorosas tienen lugar en el mismo tiempo y en el mismo espacio que aquellas llenas de vida y alegría.
Ciertamente un desastre financiero o una separación o divorcio pueden golpear tanto que nos quitan la seguridad que habíamos tenido antes. En situaciones como estas, en las que podemos sentirnos sumergidos en angustia y preocupación, debemos recordar que la vida continúa y quizá tenemos la oportunidad de ser trasplantados como un árbol. Cuando perdemos alguna posición especial, cuando ya no disfrutamos de ese buen empleo o de la seguridad que puede dar una pareja o un matrimonio, sentimos que hemos sido desraizados de nuestro propio suelo para ser puestos en otro, tal vez más húmedo, tal vez más endurecido, pero al fin un suelo diferente e inesperado.
Preguntando a los trabajadores qué se necesita para trasplantar con éxito un árbol, encontré respuestas a lo que debemos hacer como personas cuando nos encontramos en circunstancias especialmente difíciles.
Trasplantar un árbol significa mucho más que moverlo de un lugar a otro. Se debe asegurar que el árbol siga creciendo y otorgue a su nuevo espacio una mejor vista, una mejor armonía que aquella donde estaba inicialmente. Esto también pasará con aquellas personas que, por ahora, son removidas de su espacio habitual.
Para lograr un trasplante exitoso se necesitan tres cosas: Primero, asegurarse que el árbol, al ser desarraigado, mantenga sus raíces intactas, húmedas y protegidas. Si estás pasando por circunstancias difíciles, recuerda que lo que debes resguardar por encima de todo son tus raíces, tu ser, tus valores, tu esencia, y si para algo van a servir tus lágrimas que sea para mantener húmedas y protegidas tus raíces, ya que ellas te asegurarán un trasplante exitoso a una nueva vida.
Segundo, el nuevo lugar debe ser regado, abonado y tratado convenientemente para recibir al árbol. Debemos preparar nuestro corazón para empezar de nuevo, con pasión y una entrega diferente. Debemos abonar nuestro corazón con el mejor de los abonos: para mí no hay mejor abono que Dios, el amor por uno mismo, el cariño de quienes nos quieren de verdad. Debemos mirar a las personas que están cerca y a nuestra nueva situación con amor y alegría. Habrá mucho de bueno cuando miremos con otros ojos.
Tercero, asegurarnos de que la forma en que el árbol es trasplantado tenga el máximo de cuidado y total protección. En una situación personal difícil no te dejes lastimar ni lastimes a nadie, recuerda que lo que lo que está sucediendo es circunstancial, que todo pasa (solo Dios queda, decía la Madre Teresa), que tienes mucho por crecer aún y que las situaciones difíciles son las que nos hacen fuertes pues un mar calmo no genera marineros competentes.
Al igual que los árboles, muchas veces hemos sido o seremos trasplantados. Pero el árbol nos enseña que no por ser extraídos de raíz, de nuestro confort, la vida ha terminado. Esta lección trae consigo tres consejos: nunca perdamos nuestras raíces, nuestro ser, nuestra esencia; preparemos nuestro corazón y el nuevo terreno (posición económica, social, personal) con mucho amor y tratémoslo con sumo cuidado pues puede ser nuevo y diferente pero es nuestro, y finalmente la vida continúa, por lo que debemos estar totalmente decididos a seguir creciendo y adoptar una mejor visión y un espacio más armonioso del que teníamos anteriormente.
La vida, entonces, puede ser mejor ahora que antes.
*Este post es una colaboración de Ariadna Hernández De Tejeda, vicerrectora de Calidad Educativa de la Universidad Privada del Norte.
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