El intercambio de conocimiento y experiencias -potenciado hoy en día por las plataformas tecnológicas- fortalece significativamente la misión de las universidades.
Los sucesivos y profundos cambios de las últimas décadas han conllevado la revisión de un importante caudal de conocimientos, teorías y procedimientos que dábamos por definitivos. En otros casos, muchas de nuestras prácticas convencionales -pensemos en el envío de correspondencia por correo terrestre o aéreo- han quedado casi en el olvido.
Personalidades como el británico Sir Ken Robinson sostienen que se pretende educar para el futuro con modelos surgidos en los siglos XVIII y XIX, que se corresponden con corrientes culturales como la Ilustración o buscaban equiparar sus fines con los de producción industrial a escala. Robinson es enfático en señalar que para salir de este estado de cosas es indispensable la aplicación de un pensamiento divergente que estimule la creatividad.
En este contexto, ¿qué papel juega la universidad y cuál es el camino a seguir para evitar que la educación superior devenga en obsoleta?
Tengamos en cuenta que desde hace diez siglos, desde la fundación de las primeras universidades en Europa, éstas han sido a la vez depositarias y generadoras del conocimiento, la investigación e innovación sobre los que la humanidad se ha desarrollado. Por ello, si existe una institución llamada a anticiparse a los escenarios de los próximos años, sea formando profesionales dotados de las suficientes competencias o bien divulgando la investigación y el conocimiento que constituyen insumos para hacer frente a los problemas, esa no es otra que la universidad.
Ante la dimensión de esta tarea, es evidente que la universidad necesita adecuarse a los tiempos y, en esa dirección, un molde que aplicado a la actividad académica ha probado ser eficaz es el de la gestión del conocimiento. Parafraseando al profesor holandés Frans van Vught, “no siempre el futuro es la continuidad del pasado”.
Propuesto en el entorno de la empresa como un conjunto de acciones destinadas a generar valor intelectual, la gestión del conocimiento implica el análisis, diseminación, utilización y traspaso de experiencias, información y conocimientos entre los miembros de una organización.
Como vemos, se trata de un concepto que comprende el intercambio de conocimiento y experiencias con un propósito de beneficio igualmente compartido. De esta manera, las posibilidades de descubrir alternativas de mejora y solución se potencian significativamente.
Si sumamos a este propósito el valioso soporte que pueden prestar -y de hecho lo hacen ya- las plataformas tecnológicas con que contamos hoy, la universidad ve entonces renovadas y fortalecidas sus funciones centrales: formar profesionales, investigar y divulgar conocimiento.
Teresa J. Delgado, docente de la Universidad de San Marcos que en su tesis La Gestión del Conocimiento y la Educación Superior Universitaria expone los alcances de la gestión del conocimiento por las universidades, concluye que existe una correlación entre gestión del conocimiento y educación superior universitaria. “Gracias al conocimiento las universidades gestionan la investigación, la innovación, la creación de rutinas organizacionales más eficaces, el crecimiento empresarial, la sostenibilidad, las capacidades del entorno, etc. Todo ello proporciona productos más exitosos, excelentes profesionales y una educación de calidad”, refiere.
Gestionar el conocimiento bajo estas premisas y fines es un propósito que en UPN también hemos hecho nuestro y está reflejado en nuestra misión: “Transformar la vida de nuestros estudiantes mediante procesos educativos innovadores que privilegian el aprendizaje, el pensamiento crítico y el espíritu emprendedor, permitiéndoles contribuir al desarrollo sostenible de nuestra sociedad y al logro de sus objetivos de vida”.
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