El valor del trabajo

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Me viene a la memoria la anécdota que cuenta Etienne Gilson en La filosofía de la Edad Media sobre los tres canteros trabajando una piedra; todos cobran lo mismo pero, ante la pregunta -igual para todos- de “¿qué es lo que haces?”, sus tres respuestas referencian una aportación y una recompensa de valor totalmente distintas: el primero responde “picando piedra”; el segundo, “levanto una pared”; el tercero, “construyo una catedral”. Qué pena para el segundo y mucha más para el primero que se pasen la vida picando una piedra tras otra y no conozcan ni participen del valor de su trabajo.

Nuestra sociedad respira este ambiente. Muestra de ello es la sorpresa ante una pregunta que no debe hacerse porque su respuesta es obvia: la pregunta del “por qué trabajamos”, o la respuesta de “lo hacemos por dinero…”. Y es cierto que hay razón en decir esto, pues el trabajo es el modo de sostenernos, nos aporta los medios necesarios para vivir, para progresar económicamente, un salario justo

Creo recordar que era Sócrates quien decía que el obrero (quien se dedica al “hacer”) recibía salario por su trabajo, mientras que quien se dedicaba a “gobernar/saber/enseñar” recibía honorarios, ya que no había salario que pagara ese trabajo; mientras que el trabajo de producción posee un valor medible, el valor del conocimiento o su aportación no tiene medida. Siglos más tarde, Marx coincidirá en parte con Sócrates en pretender establecer la misma igualdad: trabajo y salario.

Todo estudiante de Empresa sabe que es un craso error confundir valor y precio. No son lo mismo. Quizás por no haber estudiado Empresa, Sócrates y Marx se equivocaron; nunca habrá salario que pague el trabajo de una persona, sea obrero o filósofo. Se podrá pactar un precio para él, pero su valor no podrá ser recompensado mediante salarios. Salvo quienes se empeñan en degradarse a sí mismos, toda persona aporta mucho más de sí que lo que recibe en moneda. Marx fue consciente de ello pero en vez de profundizar en el valor, llevado por su materialismo desesperó con la desigualdad salarial.

Ahora que comienza el curso es bueno redescubrir el valor del trabajo. Reproduzco con palabras textuales lo que el equipo de trabajadores de Foro Europeo escribió en la pizarra, en respuesta a la pregunta de “qué obtenían de su trabajo”, qué recompensa o beneficios recibían de él: “alegría por hacer lo que me gusta”; “satisfacción plena”; “contenta porque gane valor algo que es de todos, el proyecto común”; “ser mejor”; “crecimiento profesional”; “disfrutar con los retos”; “alegría y entusiasmo”; “me encanta aportar a los demás”; “relación con los demás (compañeros, clientes, proveedores…)”; “orgullo personal”: “sé que valgo mucho porque sirvo”; “satisfacción de crear algo importante”; “sentirme útil y feliz”, e “ingresos económicos”.

Se podrían añadir más componentes del valor del trabajo. Cada uno aportará las propias. Pero trabajamos por eso y, eso, es lo que nos motiva. El salario es el precio, que debe ser justo, y cuando lo es, la persona ya no piensa en él sino que piensa en su trabajo. La empresa recibe de nosotros mucho más de lo que puede pagarnos, y nosotros recibimos en ese trabajo mucho más que un salario: recibimos valor. ¡Qué manía tenemos de mercantilizar todo, incluso lo más valioso!

Este post es una colaboración de José Ramón Lacosta, presidente del Foro Europeo y docente de la asignatura «Liderazgo, valores y empresa» del MBA Internacional de la Universidad Privada del Norte.

http://www.foroeuropeo.com/

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