Empresas centenarias: la virtud de la longevidad

Con el ánimo de renovación que recorre el mundo desde hace algunas décadas, se podría pensar que una empresa con larga permanencia en el mercado tiene los días contados. Esta suposición se entiende a partir de un prejuicio que interpreta el paso de los años como sinónimo de obsolescencia.

Lo cierto, no obstante, es que además de sabiduría y prudencia, las personas suelen atesorar con el tiempo un valioso activo que resulta indispensable para disminuir los márgenes de error cuando se toma decisiones: experiencia. En opinión de diversos expertos, es también gracias a la experiencia, traducida en cultura, estilo de gestión y momentos significativos, que las organizaciones logran trascender, un propósito que debiera figurar en toda acta de constitución empresarial como equivalente al compromiso de hacer las cosas correctamente.

Y bien, hablando de empresas añejas, Japón, un país donde los proyectos se realizan con una orientación de largo plazo, reúne a un selecto grupo de compañías centenarias. El Nisiyama Onsen Keiunkan, un hotel de aguas termales situado en la prefectura de Yamanashi, cuenta por ejemplo con más de 1,300 años de actividad. A su turno, Sumitomo Corporation, que en sus orígenes fue una tienda de medicina en Kyoto y hoy es un conglomerado con diversas unidades en el sector industrial, fue fundada nada menos que en el siglo XVII. DuPont, Levi´s y General Electric son igualmente acreditadas corporaciones que sobrepasan el siglo de existencia.

En el Perú algunos representantes de la longevidad empresarial son Pilsen Callao, fundada en 1863 por el inmigrante alemán Federico Bindels, quien más tarde en sociedad con el francés Aloise Kieffer ampliaría la antigua planta de la avenida Sáenz Peña en el Callao. Un año después, en 1864, el inglés Arturo Field y el francés Adolfo Fribourg inauguraban la compañía de galletas Arturo Field. En las décadas venideras el portafolio de la marca se amplió a chocolates y caramelos.

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En la misma línea, luego de transitar por Argentina y Estados Unidos, el italiano Pedro D´Onofrio fundó en 1897 una pequeña fábrica para la producción de helados. Vendrían más adelante los panetones, chocolates y galletas que han deleitado a generaciones de peruanos. Por su parte, en 1909 un joven empresario español, Juan Vidaurrázaga, estableció en Arequipa una fábrica de chocolates para taza: La Ibérica. A este producto se sumarían reconocidos chocolates, mazapanes, toffees y turrones.

Retomando la idea inicial, habría que conceder que los años de vida acumulados por estas y otras empresas centenarias reflejan actuaciones y procedimientos atinados y por cierto la consigna de haber nacido para quedarse.

Arie De Geus, autor de The Living Company (La Empresa Viviente), refiere cuatro rasgos comunes en las empresas que superan las barreras temporales:

  1. Fuerte sentimiento de identidad y cohesión. Clave para poder durar es mantenerse unidos y preservar la identidad corporativa (aquella que la distingue y hace única) ante toda circunstancia.
  2. Adaptación al entorno. Es evidente que estos negocios surgieron cuando la globalización era una idea remota y mucho más la irrupción de la tecnología a todo nivel. Supieron cambiar en la medida en que el entorno lo demandaba y eludieron eficazmente la obsolescencia. Entiéndase también esta característica como aprendizaje.
  3. Apertura a nuevas ideas. Va de la mano con lo anterior y permite prefigurar escenarios anticipando lo que vendrá.
  4. Conservadurismo financiero. El riesgo está siempre presente en los negocios, pero la cautela es una buena consejera. No se trata de no invertir, sino de hacerlo con prudencia, sumando a ello ahorro y moderación en el gasto.

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