El Dr. Sigmund Freud, hace más de un siglo, hizo la sencilla pero penetrante observación de que si se alienta al soñador a seguir hablando acerca de las imágenes de su sueño y los pensamientos que ellas suscitan en su mente, éste se traicionará y revelará el fondo inconsciente de sus dolencias tanto en lo que dice como en lo que omite deliberadamente.
Sus ideas pueden parecer irracionales y disparatadas pero poco después es relativamente fácil ver qué es lo que está tratando de evitar, qué pensamiento o experiencia desagradable (o inaceptable) está suprimiendo. No importa cómo trate de enmascararlo, cuanto diga apunta hacia el meollo del asunto.
Los símbolos oníricos (propios del sueño) son en su mayoría manifestaciones de una psique que está más allá del dominio de la mente consciente. Al igual que una planta produce sus flores, la psique crea sus símbolos. Cada sueño es prueba de ese proceso.
Dos individuos distintos pueden tener casi exactamente el mismo sueño (lo cual, como pronto se descubre en la experiencia clínica, es más corriente de lo que pueda pensar el profano en la materia). Pero, pongamos por caso si uno de ellos es joven y el otro viejo, el problema que les preocupa es respectivamente distinto y resultaría absurdo a todas luces interpretar ambos sueños de la misma forma.
Un ejemplo que cuenta Carl Jung en su obra El hombre y sus símbolos, es un sueño en el que un grupo de jóvenes van a caballo a campo abierto. El soñador va a la cabeza y salta una zanja llena de agua y salva el obstáculo. Los demás del grupo caen en la zanja. Ahora bien, el primero que le contó ese sueño era un joven de tipo cauto e introvertido. Pero también oyó ese mismo sueño a un viejo de carácter atrevido, que había llevado una vida activa y emprendedora. Cuando le contó el sueño era ya un inválido que producía muchas molestias a su médico y a su enfermera; de hecho, se había perjudicado por desobedecer las prescripciones médicas.
Para Jung era evidente que ese sueño decía al joven lo que debería hacer. Pero al anciano le decía lo que, en realidad, seguía siendo. Mientras el sueño alentaba al dubitativo joven, el anciano no necesitaba que le alentaran; el espíritu emprendedor que aún impelía dentro de él era su mayor molestia. Este ejemplo muestra como la interpretación de sueños y símbolos dependen en gran parte de las circunstancias individuales del soñante y del estado de su mente.
Según Jung, es una simple bobada creer en guías sistemáticas ya preparadas para la interpretación de sueños, como si se pudiera comprar, sencillamente, un libro de consulta y buscar en él un símbolo determinado. Ojo con eso.
*Este post es una colaboración de Manuel Arboccó de los Heros, docente de la Universidad Privada del Norte.
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