La independencia del Perú siempre ha sido un tema de polémica entre los historiadores peruanos. De allí la inmensa bibliografía que existe sobre ella. No creo que haya hoy un investigador que pueda abarcar, en un solo estudio, toda esa inmensa cantidad de escritos que se ha acumulado sobre este proceso. Ya Alberto Flores Galindo había señalado este interés a la toma de conciencia de que la independencia peruana es una promesa incumplida. Es decir, libre se encuentra el Perú hoy del poder político español, pero es innegable que presiones políticas, controles económicos foráneos y problemas sociales diversos condicionan la vía peruana hacia el desarrollo. Esto, por supuesto, cuestiona a muchos peruanos sobre cuán autónomos somos para diseñar nuestro propio camino y destino.
Actualmente existen versiones al uso sobre la independencia peruana. La primera postura tradicional o patriótica, impulsada por el estado oligárquico antes de 1968, era que los peruanos de todos los grupos étnicos y sociales –indígenas, mestizos y criollos- fueron movilizados y liderados por “heroicos” líderes criollos en un levantamiento popular contra el dominio hispano. Esta versión se enseñaba en todas las escuelas y fomentaba el mito del nacionalismo criollo para unir la nación bajo el dominio de la elite.
La otra postura fue la revolución nacionalista y populista del general Velasco Alvarado de 1968, cuyo símbolo fue Túpac Amaru II, que buscando reivindicar e incorporar a las masas indígenas a través de la reforma agraria y otros cambios articuló un discurso alternativo sobre el nacionalismo indígena. Esta versión incorporó al panteón de los héroes de la independencia peruana a líderes indígenas, sirviendo así de igual manera para unificar la nación, pero esta vez en forma más inclusiva y popular.
La anterior versión fue cuestionada por una escuela revisionista, encabezada por Bonilla y Spalding, a comienzos de los 70. Afirmaban que el nacionalismo no existía en el Perú en 1820 ya que los criollos no estaban convencidos de la necesidad de la independencia, pues sus intereses económicos y financieros estaban íntimamente ligados al antiguo régimen.
Es decir, se entendía la independencia del Perú como un proceso errático, en el cual los españoles y criollos (sobre todo los más ricos) se opusieron a la emancipación porque ello afectaba sus intereses económicos y su existencia como importante grupo social en el Perú. El miedo a una masiva protesta indígena y esclava, en un país donde aquellos se sabían privilegiados y minoría, explicaría en última instancia esa actitud. Y ese miedo afloraba con fuerza ante eventos que les recordaban la sublevación de Túpac Amaru II en 1780 (calificada como la última gran rebelión en la cual los indígenas fueron acaudillados por sus propios líderes étnicos). Así los autores argumentaban que la población indígena no se había recuperado lo suficiente de la derrota y represión posteriores a dicha rebelión, ni tampoco estaba libre de las tradicionales rivalidades étnicas y diferencias culturales como para unirse eficazmente en torno a la independencia. Y además sostenían que los indígenas no tenían razón alguna para hacer causa común con la clase criolla, a la cual veían como opresora junto con los peninsulares.
Aún más, sostenían que para los indígenas 1821 no representó gran cosa: la mayor parte estuvo silenciosa ante unos eventos que no iban a cambiar en nada su existencia, fuera de que muchos no comprendían lo que estaba pasando. Por ello fue necesaria la llegada de los ejércitos comandados por San Martín y Bolívar para realizar dicha independencia (en definitiva, era ante todo consecuencia del colapso del poder español en América, producto de las alteraciones europeas que en ese entonces afectaron profundamente a la metrópoli).
Esta imagen de la independencia resulta bastante plausible, en particular como explicación al hecho concreto de que la independencia peruana fue más concedida que ganada. Con este término, estos historiadores quieren decir que el colapso del antiguo régimen se debió a la intervención de ejércitos extranjeros, primero las fuerzas del general San Martín, y luego el ejército del general Simón Bolívar, bajo cuya bandera las últimas fuerzas realistas en Perú y en América del Sur fueron derrotadas en la Batalla de Ayacucho en 1824.
Es cierto que el Perú necesitó el auxilio de tropas extranjeras para lograr su emancipación. Sin embargo, esto se debió a que el Perú fue el gran baluarte del poder español frente a los ideales y acciones revolucionarias que se esparcían por toda Hispanoamérica. Pese a todo, peruanos de toda clase y origen (los patriotas), en su inmensa mayoría, desearon ser libres.
Como siempre sucede ante temas de controversia, la verdad suele ser más compleja de lo que se cree y en este caso parece estar entre los polos teóricos mencionados. En este sentido, hoy en día sabemos mucho más de este proceso que en 1971. Nadie negará que el virrey Abascal tuvo gran fortaleza moral y astucia política en liderar el combate de las ideas y acciones revolucionarias en el Alto y Bajo Perú. Sin embargo, hoy sabemos que ello fue posible gracias al apoyo que le dio la alta clase limeña mediante el dinero que le proporcionaron a través del Tribunal del Consulado.
Por otro lado, tal vez se ha exagerado el hecho de que Inglaterra brindó apoyo a las nacientes repúblicas americanas (por ejemplo prestándoles dinero), al ser sus territorios potenciales mercados para sus productos. Sin embargo, sería muy ingenuo negar que su ayuda fue totalmente desinteresada: después de la salida de los españoles, Lima y otras ciudades hispanoamericanas se llenaron de comerciantes ingleses (y también de otros países), los cuales hacían una dura competencia a los comerciantes del lugar.
Por otro lado, la así llamada por algunos historiografía tradicional acertó en llamar la atención sobre la necesidad de analizar el siglo XVIII para comprender mejor el proceso de independencia. Quizás insistió demasiado en el tema de los precursores, acaso con el afán de demostrar que la independencia no fue un hecho tardío en el Perú, a diferencia de lo ocurrido en Venezuela y Argentina. Es más, hoy en día resulta claro que si no entendemos bien lo que representó el siglo XVIII para el Perú no se entenderá del todo no solo lo que representó su independencia, sino además gran parte de su historia republicana decimonónica. El error estuvo, sin embargo, en afirmar tajantemente que protestas como la liderada por Túpac Amaru II buscaban desde un inicio la independencia.
Y es claro también que no todos los peruanos que proponían reformas al sistema colonial español en el siglo XVIII pueden ser calificados como precursores o terminaron adoptando posturas abiertamente independentistas. Por ejemplo, José Baquíjano y Carrillo, prominente noble liberal limeño, quien incluso criticó la manera como se reprimió la rebelión de Túpac Amaru II, es un buen ejemplo de un reformista que, a pesar de los problemas que le acarrearon sus pedidos de reforma con la corona, nunca adoptó una posición de ruptura. En este sentido, hay solo un peruano, nacido en el siglo XVIII, al cual se le puede atribuir el calificativo de precursor a nivel continental: el expulso jesuita arequipeño Juan Pablo Viscardo y Guzmán.
Por esta y otras razones, John Lynch ha expresado que la independencia del Perú fue un proceso ambiguo, donde la actuación de clases populares fue muy dispar, y donde la aristocracia limeña optó por la independencia como última alternativa para conservar sus privilegios frente a un poder real que en 1820 (nuevamente bajo la influencia política de los liberales) no podía protegerla.
Asimismo, otras apreciaciones de la independencia americana (como la del historiador franco-español Francois Xavier Guerra) consideran que ella fue parte de lo que podríamos llamar “la revolución española” (especie de secuela de la más conocida Revolución Francesa), iniciada en 1808 con la reacción a la invasión napoleónica y concluida en 1823 con la restauración del absolutismo. Esta revolución levantó ideas como el derecho al autogobierno y la soberanía popular y fomentó el nacionalismo. La propia España habría dado las ideas, la oportunidad (con las juntas de gobierno) e incluso los líderes (la mayor parte de los caudillos militares hispanoamericanos se formaron en España durante la guerra contra los franceses) para la independencia de sus dominios.
Estas interpretaciones no se contraponen necesariamente. Más aún señalan que es necesario considerar a la independencia del Perú no solo como un proceso local, sino como parte de un proceso continental e inclusive mundial, y es dentro de su marco que resulta comprensible. Esto no opaca sus causas regionales, las batallas militares que definieron a quién pertenecía el territorio, ni el heroísmo de sus protagonistas. Por ello es válido acercarse a algunos detalles particulares y revisar el debate suscitado entre los historiadores acerca de su significado. Al hacerlo comprenderemos plenamente cómo las dimensiones globales y locales de la historia se entrelazaron en la independencia del Perú.
Finalmente, esta voluminosa bibliografía que se ha ido acumulando a través de los años solo se ocupa de exaltar la labor de los llamados precursores en la construcción de la nación peruana. Ya sabemos más sobre este tema que hace 30 años pero se necesita de estudios más específicos. Es decir, la investigación debe insistir en ver este proceso región por región y analizarlo no sólo desde la información generada por Lima. Se debe entender bien cómo eran las fuerzas políticas que se enfrentaban en esos años, y los intereses que ellas intentaban defender o destruir. ¿Qué sabemos de la selva en estos años? ¿Y del sólido norte? Casi nada. También debe entenderse el actuar de muchas instituciones que, si bien pudieron reproducir en su interior los prejuicios, virtudes, conflictos, ideales y divisiones sociales del mundo colonial, solían tener relativo margen de autonomía frente a los demás grupos sociales.
* Este post es una colaboración de Dino León Fernández, docente de la Universidad Privada del Norte.
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