Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del Diciembre de ese Enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
(César Vallejo, “Espergesia” en Los Heraldos Negros)
Santiago de Chuco despierta. Sus calles y su paisaje que aparecen al margen izquierdo del río Patarata sobre los 3115 msnm resplandecen con sus bosques de eucalipto, molle y cactus. En este lugar rodeado de un aire puro y tranquilidad rural nació César Vallejo en 1892. Sobre este atractivo lugar, André Coyné (1968) manifiesta que:
[Santiago de Chuco posee] casas de un solo piso aferradas al suelo, con sus techos de tejas sobresalientes, y se abren sobre calles desiguales de pavimento rudimentario […]; es una de las regiones serranas de mestizaje más avanzado, donde se habla solo español, un español rico en expresiones típicas, algunas arcaicas que adornan versos de Trilce y de Poemas Humanos. (p. 3)
El pueblo que lo vio nacer tiene un nombre que remite al apóstol Santiago de Compostela, patrón de la provincia. Mayoritariamente, el pueblo se ha caracterizado por esa filiación católica. Quizá por ello, la formación religiosa de Vallejo estuvo fuertemente marcada, tanto así que sus padres, cuando César era muy pequeño, pensaron en que oriente su vida al sacerdocio. Así lo refiere Espejo (1965) cuando indica que los conceptos cristianos van asentándose, poco a poco, en el espíritu del niño: “Las lecturas místicas […], el fervor de los rezos diarios van gestando en el niño shulca de la familia un mundo metafísico que habría que volcarse más tarde […] en su obra poética” (p. 26). De esta manera pueden explicarse las alusiones a la religión que manifiesta Vallejo en gran parte de su literatura, sobre todo en Los heraldos negros.
Además, su acercamiento al catolicismo vendría desde mucho antes, en sus generaciones pasadas. El padre de César fue Francisco de Paula Vallejo Benites, hijo de José Rufo Vallejo, sacerdote gallego y de Justa Benítez, mujer indígena chimú. La madre del poeta fue María de los Santos Mendoza Gurrionero, hija de Joaquín Mendoza, también sacerdote gallego, y de Natividad Gurrionero, otra mujer de origen chimú. A partir de ello se entendería un poco mejor esa filiación religiosa.
Vallejo le debe mucho a su tierra natal. Es importante conocer el lugar de origen del poeta, porque fue este espacio el que modeló su personalidad y toda esa sensibilidad que manifiesta en su literatura. El medio andino fue fundamental para ello. Los lazos comunitarios, el amor a la naturaleza, la solidaridad, la identidad y los demás valores de la cultura local fueron determinantes para su vida y su obra, tanto en narrativa como en poesía.
Un aspecto importante para discutir es sobre la fecha exacta del nacimiento de Vallejo. Esta fue una interrogante durante mucho tiempo y se tejieron muchas hipótesis. Sobre todas las propuestas, se ha aceptado la teoría de André Coyné, quien sostiene que César Vallejo habría nacido el 16 de marzo de 1892. Coyné fundamenta su idea en el hecho de que, precisamente, en el calendario católico ese día se celebra a San Abraham. Según la costumbre de la época, era muy común tomar el nombre del santoral para los nacidos. De ahí que sus padres le pusieran como nombres César Abraham. Por su parte, Espejo (1965) agrega que:
El nacimiento de un ser en estos pueblos de la sierra es un acontecimiento que despierta entre la familia un goce inusitado. La llegada al mundo de este niño, a quien llamarían César Abraham, cuando ya habían fallecido sus hermanos Francisco Cleofé y María Encarnación, produjo a los padres un singular placer, de ahí que el “shulca” habría de ser mirado con grande y especial afecto. Creció rodeado del cariño de las hermanas que supieron mimarlo y del cuidado de la madre que le llenó de una honda emotividad, sembrando en él las raíces de una sensibilidad que lo llevaría, ya hombre, a captar y expresar los más finos y puros matices del sentir humano. (p. 11)
El shulca, como era llamado César, era la denominación que se daba para referirse al último de los hermanos. Y, precisamente, su familia fue numerosa. Vallejo tuvo once hermanos: María Jesús, Víctor Clemente, Francisco Cleofé, Manuel María, Augusto José, María Encarnació, Manuel Natividad, Néstor de Paula, María Águeda, Victoria Natividad y Miguel Ambrosio. De todos ellos, Vallejo era el menor, tal como lo refiere Georgette (1978), su esposa: “Éramos doce, me decía Vallejo. A los cuatro primeros se les llamaba los viejos. A los cuatro siguientes, los mayores. Y a los cuatro últimos nos llamaban y nos llamábamos nosotros mismos, los pequeños” (p. 7).
Esta es la historia del inicio de un poeta que marcó un hito en la literatura universal. Un innovador, un poeta complicado en la forma, pero sensible en el fondo, en el contenido, en su relación con los problemas humanos. Vallejo tuvo una sensibilidad muy particular para hablar del dolor humano. Tuvo, además, una identificación, con el sujeto marginal, con el necesitado y con la justicia para buscar el bien común.
Literariamente, transitó por tres momentos. Inició su literatura en el Modernismo para luego recorrer la Vanguardia y la literatura comprometida. Siempre marcó un estilo personal: una literatura que se acerca más a lo humano, pero no descuida la estructura, la forma. Esa sensibilidad por el dolor propio se torna en una identificación por el dolor colectivo. La solidaridad es una constante marca en ese trajinar de sus libros, donde siempre busca respuestas a diversas interrogantes sobre la vida, la religión, los problemas sociales y metafísicos que acechan la condición humana.
En definitiva, esta es una fecha especial para recordar a uno de los poetas más importantes de la literatura universal. Vallejo vive, está con nosotros en sus poemas, en su narrativa, en sus ensayos. Vallejo, desde aquel lugar que lo vio nacer, Santiago de Chuco, está con nosotros cada vez que evocamos el sentido de identidad, cada vez que nos acercamos a esa realidad tan humana que el poeta forjó en su literatura. 124 años después, Vallejo está tan vivo como cada uno de sus poemas, y su influencia en las generaciones posteriores se mantiene constante. Simplemente, Vallejo vive.
*Este post es una colaboración de Luis Miguel Cangalaya Sevillano, docente de la Universidad Privada del Norte.
Referencias bibliográficas
Coyné, A. (1968). César Vallejo. Buenos Aires: Nueva Visión.
Espejo, J. (1965). César Vallejo. Itinerario del hombre. Lima: Juan Mejía Baca. González, R. (2009). Claves para leer a Vallejo. Lima: San Marcos. González, R.
Philippart, G. (1978). Vallejo: allá ellos, allá ellos, allá ellos. Lima, Perú: Zalvac.
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