Siempre me he preguntado, si somos un país megadiverso, con un grandísimo banco genético admirado en el mundo, con una agricultura sustentada en más del 60% de especies nativas, y mejor aún con una producción sostenida de semillas, plantas y frutos de reconocidas propiedades curativas y medicinales, ¿por qué no hemos podido desarrollar una industria, aunque sea pequeña, de nutracéuticos “made in Perú”?
Un nutracéutico es una forma de suplemento con principios bioactivos extraídos de alimentos y que tienen capacidad terapéutica, pues previenen y tratan enfermedades. De hecho, tratarse con un nutracéutico le confiere a la terapia antibacteriana, antiinflamatoria, antioxidante, o la que fuese, un valor adicional frente a la alternativa farmacéutica, pues provee “naturalidad” y restablece las funciones del organismo positivamente con base en una dieta saludable.
La percepción favorable del consumo de nutracéuticos se refiere a la ausencia o disminución de los efectos adversos que acompañan al uso de medicamentos tradicionales. Pero lo cierto es que un nutracéutico se elabora a partir de especies y alimentos tan saludables como beneficiosos que generan aceptación en segmentos sensibles y muy bien informados de la población, como los adultos mayores o los deportistas. De la mano con lo anterior, viene el desarrollo de los alimentos funcionales, que son aquellos de uso específico en salud y que proveen beneficios en nuestro organismo, los cuales ya tienen numerosos minerales, ácidos grasos saludables, vitaminas o pueden haber sido objeto de la adición de sustancias biológicamente activas.
Con las bondades reconocidas de nuestra biodiversidad, hablar de maca debería traernos a la mente un nombre comercial, la cañihua o el sacha inchi podrían estar enlazados con empresas sólidas, marcas reconocidas que hayan podido transformar estos productos en harinas o polvos, snacks, jarabes, cápsulas blandas, etc., permitiendo que su uso nos recuerde imágenes de nuestra naturaleza, cultura y las ancestrales formas de vivir en salud y nutrición de las zonas andinas o aledañas al Amazonas.
Es fundamental dar a conocer nuestros recursos y su efecto en la mejora de los niveles de vida. Debemos aprovechar la oportunidad de darle valor a nuestros principios bioactivos naturales.
Por ello proponemos el desarrollo de un mayor número de productos nutracéuticos, que incremente la oferta de nuestro país. Algunas empresas han iniciado el camino pero creemos que se puede hacer más. Falta proveer de mayor información a los usuarios sobre los beneficios y ventajas de nuestros productos naturales y su adaptación como nutracéuticos. Y no solo hablamos de difundir conocimientos alusivos a que la quinua es beneficiosa por no tener gluten y por su alto contenido de fibra, que el extracto de ajo es beneficioso como antibiótico o que el sanky es saludable para los deportistas por su incalculable valor energético. Debemos difundir la importancia de su transformación y crear una marca de respaldo que confiera valor al producto.
Seguramente hemos visto en las tiendas naturales o hemos tenido contacto con productos bajo la forma de cápsulas o harinas que nos han parecido raros. Un ejemplo es el cartílago de tiburón o las cápsulas de chía (que es oriunda de México), ahora más comunes gracias a campañas de merchandising y el paraguas de una marca, que refuerzan la idea de la naturalidad y beneficios de dichos productos.
Imaginemos ahora el desarrollo de nuestros propios nutracéuticos y alimentos funcionales: harina de oca, una bebida energizante con los componentes esenciales del sanky o cápsulas con aceite de sacha inchi puro. Todos con el respaldo de una marca y con estrategias de marketing diferenciadas que agreguen valor al producto y otorguen seriedad y seguridad al potencial consumidor. No solo estaríamos dándole una mejor imagen a nuestros productos, sino que también generaríamos crecimiento industrial. Es necesario entonces informar y educar a los potenciales consumidores sobre el correcto nivel de vida para conservar su salud, un nivel adecuado de suplementación también abarca al consumo de productos nutracéuticos. La industria farmacéutica no es la única alternativa.
Aún falta mucha información para ratificar los beneficios de nuestros principales productos nativos, pero al igual que la industria farmacéutica, se deben de hacer esfuerzos empresariales para el desarrollo de los nutracéuticos. Quizás en un futuro, con el desarrollo de una adecuada industria nutracéutica, estaremos menos pendientes de si el Tratado Transpacífico de Asociación Económica (TPP) nos perjudica por no poder desarrollar medicamentos genéricos debido a la protección de patentes. No es descabellado pensar que nosotros tendríamos alternativas nativas industrializadas, utilizando los nutracéuticos, para combatir enfermedades tan devastadoras como el cáncer y el sida o para atenuar las complicaciones de una enfermedad crónica como la diabetes. ¿Por qué no crear nuestros propios modelos de negocio?
*Este post es una colaboración de Carlos Antonio Gamarra Chávez, docente de las facultades de Comunicaciones y Negocios de la Universidad Privada del Norte.
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