Estamos viviendo en una época denominada de forma general sociedad del conocimiento. Y como parte de ella a su vez discurrimos por la era digital. Es decir, según los especialistas, hemos pasado de la sociedad de la información a una sociedad del conocimiento. Y en términos técnicos hemos ido de lo analógico a lo digital. La especie humana es muy afín a las generalizaciones y los científicos no son la excepción. Sin embargo, el problema yace aquí en que toda generalización implica siempre un cierto grado de falsedad, mayor o menor.
En el caso de lo digital, sin lugar a dudas la generalización acierta casi totalmente. No se cuestiona que hemos pasado de lo analógico a lo digital. Pero hay personas que aún hoy siguen prefiriendo lo analógico o en todo caso lo no digital, al menos en cierto tipo de mercancías. Por ejemplo, en la compra de cassettes y discos de vinilo. Obviamente es un mercado muy focalizado y hasta pequeño, pero existe. Y así tenemos otros que no necesariamente buscan lo digital. Entonces lo digital coexiste con todo esto y más bien podríamos hablar de una tendencia dominante y mayoritaria, lo cual nos parece más cercano a lo que sucede.
Pensamos que sucede lo mismo con la sociedad del conocimiento. Porque los mismos especialistas e investigadores sesudos en el tema no coinciden en ponerse de acuerdo sobre a qué exactamente podemos llamar sociedad del conocimiento. Es decir, ¿qué es exactamente la sociedad del conocimiento? ¿Que cada consumidor-ciudadano posea una plataforma a través de la cual accede a Internet? ¿Será acaso nuestra participación en Internet? ¿O aún más en detalle, la manera en que nos relacionamos con la red de redes? También podría tener que ver directamente –y siguiendo lo último- con la información que recibimos y optamos de Internet y nuestra actividad en la red, no solo como usuarios pasivos, sino como prosumidores. Es decir, no solo como receptores de “discursos”, “mensajes” o “mercancías”, sino como “constructores” de todo ello. Incluso la sociedad del conocimiento puede ser todo lo mencionado y muchas cosas más, que es lo más probable, pero justamente eso es lo que no está claro y es materia de un arduo debate.
Continuando con las discusiones terminológicas y conceptuales –que por cierto no son para nada inútiles como muchos parecen creer-, ¿cuáles son las diferencias claras y distintas, como diría el buen René Descartes, respecto a la sociedad de la información frente a la sociedad del conocimiento? ¿Dónde se halla la frontera entre ambas? ¿En que una trata de la información y la otra del conocimiento? Creemos que la situación no es tan simple. Es parte de la diferencia entre ambas, eso salta a la vista desde la semántica de los nombres, pero no es suficiente para demarcar una frontera, no solo en términos lingüísticos, sino también epistemológicos. La información no solo se recibe, sino que también se fabrica, en una relación de interacciones simbólicas continuas, al interior del tejido social. Y el conocimiento igual. Con la diferencia que el conocimiento va más allá de la información, porque entre otras cosas el conocimiento significa qué es lo que hacemos con la información que manejamos. Tanto a nivel teórico como práctico.
Aun con esta aclaración, las relaciones de interconexión entre información y conocimiento son complejas y complicadas y están lejos de ser transparentes y obvias. Menos aún en un mundo líquido como lo denomina el gran intelectual polaco Zygmunt Bauman. Donde todas las relaciones y objetos en la sociedad de hiperconsumo –en términos de Gilles Lipovetsky- transcurren de forma “plástica” o “acuosa”. Es decir, las materialidades se disuelven con facilidad, lo efímero como dice Lipovetsky le gana de lejos la partida a lo estable y continuo, lo líquido corroe lo sólido y fluye incesantemente casi en un curso de río “heraclitiano”. Podemos resumirlo tal vez a través de la expresión con la que Marshall Berman titula su gran libro –parafraseando al viejo Marx- Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad.
Deseo terminar estos breves pensamientos citando a Marco Aurelio Denegri, en una entrevista que le hizo en su programa “La función de la palabra” al periodista y profesor universitario español Juan Cantavella: “En la sociedad llamada informática y en la era digital hay cuatro ismos: 1) el inmediatismo, 2) el fragmentarismo, 3) el superficialismo, y 4) el facilsimo”. Y esto, continua Denegri, está unido a una cantidad de prótesis tecnológicas cada vez mayor a la cual los seres humanos nos vamos volviendo cada vez más “adictos”. Lo de las prótesis tecnológicas nos recuerda al gran Marshall McLuhan. Y pensamos que no le falta razón al señor Marco Aurelio Denegri al realizar estas afirmaciones. Sin embargo, hay que investigar y analizar los fenómenos con el mayor detalle posible. Ya que las buenas lecturas no son solo las que se hacen a partir de los textos en sí mismos, sino aquellas que además se efectúan entrelíneas y en aquellos “puntos ciegos” que siempre están ahí, pero que se presentan esquivos a los investigadores. En todo caso, dejaremos por ahora esa ardua, larga y fascinante labor para posteriores entregas.
*Este post es una colaboración de Carlos Ulises Castro Castro, docente de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte.
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