En estos tiempos en que somos testigos del incremento de casos de violencia, plagio, mentira, bullying, acoso, fraude, robo, soborno y actos de corrupción en varios países, cometidos por gobiernos, instituciones o empresas públicas o privadas, debemos recordar que las organizaciones están constituidas por individualidades, es decir, por personas.
Así las cosas, quienes toman las decisiones organizacionales son siempre individuos, ya sea a título personal o conjunto a través de directorios o comités. Esto nos lleva a reflexionar acerca de la importancia de contar en las organizaciones con personas honestas e íntegras, que hagan de la ética y la moral las banderas que guíen siempre sus acciones profesionales, laborales e individuales.
Existe entre los ejecutivos un paradigma errado que considera a la renuncia como un fracaso. Incluso alguna vez escribió Vince Lombardi: “Los que se dan por vencidos nunca ganan y los ganadores nunca se dan por vencidos”. Esta frase conlleva a pensar que para ganar se puede actuar de cualquier manera. Es decir, que el fin justifica los medios. Nada más lejano al concepto de la ética. Más bien hay que saber renunciar a los asuntos incorrectos en el momento correcto.
Aprender a decir no, es una tarea complicada. Sin embargo, es necesario aprenderlo. Debemos saber renunciar a lo que no busca el bien común. Se requiere coraje para ello. Eso es verdad. Pero también es cierto que la renuncia crea escasez, y ésta crea valor.
Si al renunciar a lo incorrecto para ser siempre éticos sentimos que nos vamos quedando solos, eso no debería incomodarnos en demasía; más bien debería hacernos ver que estamos alejándonos de la mediocridad en busca de ser buenos ejecutivos, buenas personas, y a partir de ahí buenas compañías.
Es por muchos conocido que las empresas más exitosas y rentables del mundo, sostenibles en el tiempo, son las que respetan el bienestar común, con altos valores y principios éticos y morales. Hace pocos días el Instituto Ethisphere de New York publicó el ranking 2017 de las compañías más éticas del mundo, entre las que destacan General Electric, Manpower Group, Marriott International Inc., Colgate Palmolive Company, Starbucks, Microsoft, Volvo Car Group, Visa Inc., Hasbro, Kellog Company, Master Card, 3M Company, American Express, UPS, L’Oreal, Dell Inc., y LinkedIn.
Estar en lo más alto es valioso porque en ese lugar sólo caben pocos. La escasez, una vez más, crea valor. En otras palabras, la ética contribuye a la rentabilidad de las organizaciones.
Una de las razones por las que las grandes empresas fracasan es porque se conforman con su situación actual, es decir, entran a un estado de letargo propio de su zona de confort, se duermen en sus laureles, no se arriesgan a seguir innovando, descuidan el servicio pre y post venta a sus clientes, y no motivan ni capacitan a sus colaboradores. En síntesis, renuncian a interesarse en el bienestar común. Ello generalmente ocurre porque al sentirse empresas grandes y poderosas, se autoexcluyen del círculo virtuoso de la mejora continua, se vuelven conformistas y dejan pasar la oportunidad de convertirse en empresas extraordinarias, es decir, excepcionales.
Recomiendo recordar que cualquier esfuerzo en el corto plazo por más grande que sea incluso si se considera un sacrificio, tendrá un mayor impacto en el largo plazo en términos de productividad, rentabilidad y competitividad. Eso es lo que hace la diferencia entre una empresa sostenible en el tiempo y aquella que no lo es.
Lo anterior nos conduce a afirmar que, para crear bienes y servicios de altísima aceptación por parte del mercado y sus consumidores, dados sus orígenes éticos y alta calidad, y para alcanzar resultados extraordinarios y ser las mejores, se requiere que las organizaciones se nutran de buenos ejecutivos, renuncien a todo lo incorrecto y actúen siempre con una alta escala de valores.
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