Quiero comenzar con una frase que me gusta mucho: “El mundo es un libro y aquellos que no viajan leen tan solo una página”. Es la mejor forma de expresar lo que significa el intercambio por todo lo que vives y creces, sea por poco tiempo o por largo tiempo.
El poder aventurarse a conocer el mundo es algo que te cambia la vida desde que te subes al avión, y personalmente creo que es de las mejores experiencias que uno puede decidir hacer en la universidad y sobre todo en la vida.
No es fácil tomar la decisión de alejarse de la familia, de los amigos y de nuestro espacio habitual, pero aprovechando que somos jóvenes y tenemos pocas responsabilidades mayores con la vida cotidiana, es más fácil decidirse.
Un intercambio internacional implica muchas cosas novedosas. Para empezar el tiempo que lleva conocer y adaptarse a otra cultura, muchas veces aprender otro idioma (en mi caso el portugués) y otros detalles propios de cada país. Pero no hay nada que valga tanto la pena cuando tienes la oportunidad de conocer distintas personas y lugares.
La oportunidad de abrirte al mundo te permite aprender y conocer realidades y vivir experiencias que de otra manera no serías capaz de vivir, tanto en lo que toca a lo académico como al ámbito personal.
Mi viaje de doble titulación a São Paulo, Brasil, donde asistí a la Universidade Anhembi Morumbi, me sirvió para conocer diferentes culturas y personas de muchos otros países. Quienes quieran ir de intercambio, no dejen pasar el tiempo ni crean que es imposible lograrlo. Yo hice el intento sin tener la certeza de que lo lograría, y ahora ya tengo ya una maleta extra que va llena de aprendizaje, experiencias, recuerdos y vínculos que, sin duda, valen cualquier esfuerzo.
*Este post es un testimonio de Marjorie Morán Camizán, graduada de la carrera de Administración y Negocios Internacionales de la Universidad Privada del Norte.
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