Crónica: Cerro Apu Campana, la magia de un ecosistema

Son las 6:35 am, me encuentro en el Óvalo Mochica, el lugar presenta un dinámico ir y venir de personas, muchas de ellas trabajando, otras esperando un bus que las lleve a los valles Chicama o Jequetepeque donde les espera la familia o el trabajo. Así, entre gritos de cobradores, jaladores, vendedores de periódicos, de desayunos, colectivo de varios colores y toda esa jungla que representa el comercio informal, se puede apreciar a profesores, enfermeras, médicos, abogados, servidores públicos y comerciantes que viajan a las ciudades de Chocope, Paiján, Pacasmayo, Chepén y demás pueblos del norte chico de La Libertad.

Mi colega Humberto y yo nos encontramos entre esa masa humana con vida propia, tenemos ya una ruta trazada, buscamos un bus que nos llevé a nuestro destino, entre el óvalo Mochica y el pueblo de Chicama, el lugar a donde viajamos es el denominado Cerro Campana, un sitio más conocido por biólogos, arqueólogos, esotéricos, místicos y hasta aficionados a los viajes alucinógenos (con San Pedro). Muy pocos han tenido oportunidad de visitar este cerro y apreciar las maravillas que el posee  entre sus formas.

 upn_apu_campanaDespués de una rápida negociación, conseguimos que un bus nos lleve hasta las faldas del Cerro Campana en la Panamericana Norte. Por dos soles cada uno nos llevan, ¿dónde bajan?, preguntó secamente el chofer, ¡Pasando el peaje de la Sunat!, responde mi acompañante, más conocedor de la ruta. Así, nos embarcamos en el nuevo viaje.

Estoy muy ansioso, tanto que un día antes no pude conciliar el sueño. Conforme el bus avanza, hago la cuenta que han pasado 16 años desde la primera y la última vez que visité al Apu Campana. Recuerdo que fue en la universidad que fuimos con el profesor como parte de las actividades del curso.

Llegamos al distrito de La Esperanza, y me indican que ya estamos por llegar , es hora de bajar. Ya en la panamericana se observa hacia el oeste nuestro objetivo de viaje. Hoy como docente universitario de Biología, regreso a sus caminos, dispuesto a redescubrir cada uno de sus misterios.

Presiento que será una gran jornada, el reloj marca las 7:00 am, mi colega y yo comenzamos a avanzar por la zona de amortiguamiento del cerro, Humberto me indica que los biólogos generalmente toman dos rutas; la primera la conocida como la cueva de las vizcachas. En este lugar se han reportado poblaciones de Lagidium peruanum (Vizcacha), este roedor se presenta con más frecuencia en la sierra, pero es una especie endémica de esta montaña. Fue el biólogo Darío Medina quien en la década del 90, realizó los primeros estudios sobre esta especie, faltando aún muchos estudios sobre el papel que cumple este pequeño roedor en este ecosistema costero.

La segunda ruta de ascenso que me indica Humberto es la denominada Ruta de los Botánicos, a esta se asciende por la parte izquierda del cerro, a través de unas caprichosas quebradas que el tiempo ha formado en las faldas del Apu Campana.  Esta fue la ruta que escogimos tomar ese día, sólo basta con recorrer unos metros la zona de amortiguamiento del cerro, para tener como carta de presentación desmonte, plumas, ladrillos, que son arrojados sin control a las faldas del Campana, un espectáculo triste y desolador, que muestra el accionar insensible del hombre con la naturaleza.

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Había que continuar, conforme ascendíamos, notamos la presencia de plantas xerofíticas (climas desérticos) y diversos tipo de cactáceas, especies como Noraimondia arequipensis “gigantón”,  Espostoa melanostele (Vaupel) “lana vegetal”, Melocactus peruvianus ,entre otros. Uno de los espectáculos más hermosos de este lugar es ver los frutos de las cactáceas, los mismos que son consumidos por las aves y zorros que habitan el lugar, pocas veces uno puede ser testigo de las relaciones que tienen los organismos presentes en un ecosistema, como el que se presenta en esta loma costera.

Ya a medio camino, el ascenso se torna más difícil, hay que tener cuidado en ver donde se pisa, ante nuestros ojos vemos a Pseudalopex sechurae (zorro costeño), así como reptiles como Mastigodryas heathii (culebra corredora),  Microlophus  thoracicus (lagartija de las rocas), Bothrops pictus (sancarranca) y aves endémicas de cerro como Asthenes cactorum (canastero de los cactus), entre otros. Cabe destacar que estas últimas especies de aves sólo se presentan en la sierra de nuestro país, pero al tener el Apu un microclima especial, estas especies han encontrado un sitio ideal para habitar.

A mitad de camino se puede apreciar vegetación, en especial se nota fuertemente la presencia de Tillandsias (Achupallas), se presentan unas de color de hojas verde oscuro que se encuentran en las partes más bajas del lado suroccidental de la montaña. Las “Achupallas” poseen raíces no funcionales, el agua que utilizan para desarrollar lo toman de la brisa marina que proviene del mar de Huanchaco, este fenómeno es lo que hace muy particular este ecosistema, el visitante tiene que llegar hasta este suelo, para entender  los caprichos que la naturaleza le ha concedido a este lugar.

Son las 11.00 a.m. y estamos descansando sobre unas rocas, de pronto divisamos unas flores hermosas de Apodanthera ferreyrana (Solanaceae),  Solanum mochiquense (Solanaceae) y Senecio truxillensis (Asteraceae), a las que registramos en fotos, en mi caso deseo mostrar a mis alumnos la belleza de esta flores, sobre las rocas se aprecia también la presencia de un molusco terrestre del género Scutalus sp, que incluso figura en muchas iconografías mochicas.

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En la cima del cerro, empezaron a volar tres Geranoaetus melanoleucus autralis (águila de pecho negro), Humberto se entusiasmó tanto con la idea de fotografiarlos de cerca que me propuso ascender lo más alto posible y como ya estábamos a mitad de camino, decidimos ir.

 El camino hasta la cumbre  fue muy complicado, pero con fuerza de voluntad se puede llegar.  Hay que tener cuidado de no sostenerse de las Tillandsias, pues no están sujetas a las rocas, pudiendo el visitante errar el paso y resbalar. La parte final del ascenso casi lo realizamos reptando sobre las rocas.

 Siempre el camino de regreso suele ser más rápido, pero en el caso del Apu Campana, no ocurre esta situación. Se tiene que tener cuidado, dejarte deslizar por la arena y la rocas, hasta encontrar una roca firme, para continuar. Al cabo de hora y media estábamos nuevamente en la zona de amortiguamiento del cerro, pero más al sur. Al descender por esta zona pudimos apreciar la presencia de caminos hechos con cascajo, que extractores ilegales de arena, han construido para utilizar este material para la construcción de viviendas en la ciudad, afectando la estética del lugar y las características abióticas del lugar.

Al final de la visita, con los pies adoloridos por el viaje, pero con la alegría del trabajo bien hecho y la satisfacción de haber sido testigo nuevamente de un ambiente hermoso y frágil a la vez, vuelvo mis ojos hacía el Apu y en silencio, le hago un reverencia y le doy las gracias por haberme dejado, estar junto a él, por mostrarme sus maravillas y contárselo a todo aquél que quisiera escucharme, me hago la promesa de pronto regresar y de apoyar en su conservación.

 *El presente post es una colaboración de Omar Colán Garay, docente de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Universidad Privada del Norte.

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