Si bien escribir no es una tarea sencilla, nuestros docentes obtienen sorprendentes resultados luego de animar a nuestros estudiantes a emprender el gratificante juego de enlazar palabras. Un orgulloso testimonio de lo que se puede lograr en las siguientes líneas.
A los esforzados, entusiastas y cordiales estudiantes de
Comunicación 3, del ciclo 2019-2. Con todo mi aprecio.
Ejerzo la docencia hace ya 17 años. Mi madre fue profesora. También mi padre. El hecho de que disfrute tanto de esta labor probablemente tenga su origen en la vocación que acaso me haya sido transmitida a través de los genes de mis progenitores. Quizá. O puede ser que haya empezado a germinar en aquellos momentos en que veía a mi madre preparar sus clases con tanto entusiasmo, en la casa, desplazándose ante un auditorio invisible y gesticulando con un ánimo que me hacía pensar con mucho agrado en una obra teatral. El hecho es que estar en un aula, compartiendo saberes con los estudiantes, complementando los temas a partir de mis experiencias sobre la materia (que además de lecturas, abarcan filmes, anécdotas, y cosas así: un ejercicio que podría entroncar con aquello que llaman ahora storytelling), y orientando su labor en medio de las sesiones prácticas constituye para mí parte indesligable de mi vida. Y una valiosa fuente de permanente y revitalizador aprendizaje. Les aseguro que en mi caso no se trata de apelar a la simple mención de un lugar común. Es la verdad.
Además de Filosofía, estoy a cargo del dictado de Comunicación 3, un curso al que asisten, predominantemente, estudiantes del tercer ciclo. Son muy jóvenes, y hay muchos que destacan por su entusiasmo, responsabilidad y talento. El curso se propone afianzar en ellos habilidades que abarcan una gama triple: comprensión lectora, redacción y expresión oral. Yo diría que, a estas alturas, a unas semanas de cerrar el ciclo, se ha avanzado un significativo trecho en pos de alcanzar aquellos tres objetivos. Lo que deseo ahora es compartir el resultado del trabajo desarrollado por estos entusiastas jóvenes en el ámbito de la escritura. Una actividad, además, que, con todas mis evidentes limitaciones, desenvuelvo con cierta soltura y especial gratificación.
Una de las actividades del curso consiste en elaborar un artículo de opinión. Se asumió que este ejercicio de escritura les daría a los estudiantes la oportunidad de llevar a cabo un texto breve, que conjugara argumentación y reflexión crítica. No se trataba de convertirlos en expertos (¿quién podría lograr esto, por sí mismo o acompañado, solo en tres semanas, que es la parte del curso dedicada a esta labor?), sino de alcanzar un objetivo que en este contexto puede resultar, yo diría, más interesante y productivo aún: lograr, en alguna medida, que escriban un texto con un adecuado nivel de corrección y que haya sido metódicamente desenvuelto, considerando la preparación de un esquema de redacción, y estructurando (para decirlo con Goethe), sin prisa pero sin pausa, los consabidos párrafos de entrada, desarrollo y conclusión: todo esto llevado a cabo en medio de un permanente proceso de diálogo que había de culminar en la presentación del texto final.
Puestos a la tarea de escribir, los estudiantes formaron grupos a fin de desenvolver esta labor en equipo. Es cierto: escribir un texto de esta manera es particularmente complicado. Pero, partiendo de la premisa de que el trabajo colaborativo constituye un aspecto fundamental a ser afianzado en el marco de la asimilación y producción de contenidos entre los estudiantes, se pensó que sería bueno aplicarlo en el desarrollo de esta actividad.
Luego de establecer la ruta que debían seguir en lo que respecta a la determinación del tema, la ubicación de fuentes y el desarrollo del esquema previo, mi orientación consistió sobre todo en conversar con ellos acerca de lo que estaban haciendo y en cómo lo estaban haciendo (Camps y Milian (2000) han compilado trabajos que apuntan a sostener, con acierto, que la reflexión metalingüística posee un importante papel en el desarrollo de habilidades en el terreno de la redacción). En ese empeño, y sobre la marcha, iba compartiendo mi exigua experiencia en este campo. Procuraba llamar su atención sobre los errores más comunes que aparecen al momento de escribir (falta de concordancia, redundancia, pobreza léxica, «asfixia» por sobreuso de comas), y acerca del lugar que debe reconocérsele a la demanda de emplear con cierta elegancia las palabras. Me involucré en la preparación de algunos de los primeros pasajes de su producción –literalmente– línea por línea: labor casi de filigrana, ardua, por supuesto, y desarrollada, claro está, hasta donde las limitaciones dadas por el gran número de equipos de trabajo y por el tiempo de que disponíamos lo permitían. Mi compromiso, además, fue convertirme en un estudiante más, y en escribir también un artículo, exactamente como ellos lo estaban haciendo. Debo confesar que hice trampa: el artículo que comencé en el aula fue abandonado al poco tiempo. Tengo que decir, con honestidad, que no tenía savia; no merecía leerse. Pero surgió algo mejor (por ser el producto del deseo de tener realmente algo que decir): el texto que están leyendo ahora es producto de la reflexión sobre esa experiencia y testimonio incontrovertible de que las cosas, haciendo las sumas y las restas, funcionaron. Ellos presentaron sus artículos, y un texto mío, fraguado al impulso de aquel cálido trabajo en las aulas, aun cuando exhibe otro perfil, también está aquí.
Debo decir que los resultados obtenidos, luego de un trabajo de tres semanas, que consistía en entregar un texto que abarcara alrededor de dos carillas escritas a espacio y medio, que versara sobre un tema polémico que los mismos grupos debieron elegir, fueron altamente satisfactorios. Temas predominantes fueron el siempre inquietante asunto del aborto, el terrible flagelo del feminicidio, y la intensa controversia en torno a la corrida de toros; el dilema tan debatido de la implantación de la pena de muerte en nuestro país, el desasosegante debate en torno a la eutanasia, y el problema acuciante de la contaminación ambiental –especialmente, el problema del uso de plástico. La discriminación racial, esa fractura social que aún sufrimos y que se proyecta desde los lejanos tiempos de la invasión española también fue objeto de reflexión y crítica. Incluso se prestó atención a un tema que ha marcado nuestros tiempos de manera terrible: el totalitarismo y su secuela de genocidios.
Ver resultados halagüeños al revisar los trabajos presentados, me llevaron a pensar que estos debían ser reconocidos de alguna manera, más allá de la buena nota que con justicia les correspondía. Que los trabajos que exhibían un nivel meritorio debían ser dados a conocer. Que era justo que se supiera de los alentadores resultados que se pueden alcanzar cuando los estudiantes escriben. Quiero decir: cuando se da paso al terco empeño de motivarlos para que lo hagan; cuando se les muestra que la escritura (como intentaba hacerlo hablándoles de cuando en vez de mis modestas colaboraciones en el blog de Estudios Generales) no es un procedimiento mecánico y soso –imagen que probablemente muchos de ellos tienen al concebir esta actividad–, sino creativo y flexible, vivificante y aleccionador, y aunque extenuante, también gratificante cuando las palabras, armoniosamente enlazadas, dando vida a frases y oraciones, convierten aquello que nació en medio de nuestras lecturas y reflexiones, en un texto que se muestra victorioso frente a nuestra vista y para consideración de aquellos (pocos o muchos) que nos leerán.
Y bien: aquí están. Los enlaces a los artículos los hallarán al pie de este texto. Tras una inevitable selección entre los más destacados, son nueve los trabajos que presento en esta oportunidad. Me siento muy orgulloso de la labor desarrollada por todos –absolutamente todos– los estudiantes, del tesón puesto en la concepción y redacción no solo de estos textos, sino también de aquellos otros que, aunque no están aquí, de igual modo constituyeron expresión de un esfuerzo honesto y responsable al momento de escribir. A ellos, por supuesto, también va dirigido nuestro pleno reconocimiento.
*Este post es una colaboración de José Antonio Tejada Sandoval, docente del Departamento de Estudios Generales de la Universidad Privada del Norte.
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Referencias:
Camps, A.; Milian, M. (2000). El papel de la actividad metalingüística en el aprendizaje de la escritura. Santa Fe: Homo Sapiens Ediciones.
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