El viejo rockero que nunca muere: Miguel Ríos

El viejo rockero que nunca muere: Miguel Ríos

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Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, que esa inmortalidad tiene un lugar selectamente separado para este tipo de tipos, y de pasada para algunos poetas malditos que ocupan su decadente trono.

Hace algunos días, paseando por el inmoral Youtube, recaí en un concierto sinfónico del ya mítico Miguel Ríos Campaña, granadino que se acerca rockeramente a los 75 años dándonos la bienvenida a todos los hijos del rock and roll, ahora nietos e incluso bisnietos.

Cuando aún la televisión era en blanco y negro -salvo para los que ya usaban el tecnicolor- y en Lima era muy difícil poder ver un programa sin que un apagón nos sorprendiera a mitad de este, me colgaba frenético al techo de casa para acomodar la espía antena que me conectaba con las ondas UHF y así podía ver conciertos que no pasaban en la señal abierta. Hasta hoy se cuela en mi memoria ese alucinado concierto donde Miguel Ríos gira en torno a ese escenario montado en varias plazas de toros que llegó a reunir, dicen, a casi 800 000 personas en casi 40 conciertos y en donde ya cantaba: Los viejos rockeros nunca mueren (1979), Rocanroll bumerang (1980) y Rock de una noche de verano (1983). Aunque la historia de Miguel Ríos (Mike Ríos, el rey del twist) va mucho antes, desde cuando entró a trabajar en una disquera –digno primer empleo para un músico- y prestaba su voz para bandas como Los Canarios y Los Relámpagos, meneando la pelvis a lo Elvis.

Será en el 69 cuando grabe El himno de la alegría, torciendo el pescuezo de Beethoven y abriendo una ruta nueva para los rockeros, un atrevimiento que ocasionó para su carrera la fama total y la apertura del mercado internacional. La postura política de Miguel Ríos nunca ha sido un guardado misterio, es más, siempre ha abanderado su ideal de izquierda y ha sido uno de los primeros defensores de los ideales románticos ecologistas. Como prueba de esto nos dejó el pionero álbum La huerta atómica (1976).

Será por el año 96 cuando arme una suerte de selección de la canción española: Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y él, echándose a rodar por toda España y parte de Latinoamérica llegando a entrelazar diferentes ritmos, letras, propuestas, y ante todo, mucho gusto y demasiado arte. También ha trabajado dúos con Sabina, El Tri, Rosario, Charly García (aún no me queda claro a quién oí primero la versión de Nos siguen pegando abajo, a él o García), Alejandro Lerner, Manolo García, Fito Páez, Aterciopelados y un larguísimo etcétera que desborda vinilos, casetes, cedes, bluerays.

Si es que la memoria no me falla, visitó al Perú en el año 98. Fue en el estadio del Callao, por primera vez pude apreciar lo profesional en un músico (banda, sonidos, luces) todo cuadraba, se monitoreaba a la perfección, milimétricamente se planeaba la aparición del superstar. Y las luces se apagaron y se prendieron y se volvieron a apagar y se escuchó esa voz que arde rockeraza, casi casi susurrando los versos y se menea blusera por pasajes precisos, el cuerpo que acompaña las melodías no exagera jamás el movimiento, va exacto, sin poses, porque ese es el talento de Miguel Ríos, el de ser auténtico, el de ser un viejo rockero.

Hijo predilecto de muchas ciudades españolas, doctor honoris causa de otras cuantas, presentador de televisión, padrino de bandas en ciernes, eterno alquimista del rock. Aún suena para nosotros ese futurista amor por computadora, mientras solemos a menudo recordar a alguien y darle a nuestros días a todo pulmón para así todavía brindar con el recuerdo de cuando vagábamos libres en las carreteras y escuchar la canción hecha alegría, mientras Ríos nos sigue dando la bienvenida, a nosotros, sus hijos, los hijos del rock and roll.

*Este post es una colaboración de Renato Salas Peña, docente del Departamento de Estudios Generales de la Universidad Privada del Norte.

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