Todos aquellos que se dedican a un área del conocimiento científico manejan términos que les permiten referirse al objeto de su interés. Así, el médico utiliza una serie de palabras propias de la medicina, tal como lo hace el ingeniero, el pedagogo, el administrador, etc., etc. Sin embargo, el uso de estos signos lingüísticos son más o menos eficaces en cuanto a la propiedad de su significación, en la medida en que han sido acuñados por la propia disciplina en el cometido de referirse a una realidad propia e inequívoca. Lamentablemente, esto último es muy difícil en la mayoría de las ciencias, especialmente en las Ciencias Sociales. Tal vez, la que más problemas tiene es la Educación o las Ciencias de la Educación. Es decir, los términos, palabras o constructos que se utilizan en el ámbito educativo son casi en su mayoría signos prestados de otras áreas. Situación que trae consecuencias muy complejas de comunicación y actividad dentro y fuera de lo pedagógico. Por ello, a continuación analizaremos brevemente un caso que normalmente termina por ser inconsciente. Esto es, el origen e implicancias del término “rendimiento académico” en nuestra educación de cada día.
“Rendimiento” es un concepto prestado que asume la educación como suyo, pero que pertenece, en realidad, a la física, específicamente a la mecánica. Esta disciplina la define como la relación existente entre el efecto producido por una máquina que es utilizable realmente y el consumo de energía necesario para producirlo, entre la energía que genera un instrumento y la que consume para generarla. Otra forma de decirlo, es la planteada por Sanjurjo (1990) que es citado por Rodríguez Diéguez (1992), quien afirma: “…el rendimiento de cualquier máquina es el cociente de la potencia activa de salida y la potencia activa de entrada…”. Como se observará estas definiciones mecánicas hacen referencia a una realidad específica en torno a la cual inclusive se pueden establecer consideraciones universales como la siguiente: “La energía producida en un sistema se ve sometida a una serie de procesos no rentables, provocados por rozamientos, inercias, etc. Como consecuencia, la energía producida siempre es inferior a la energía consumida”.
Las máquinas o sistemas específicos tienen como constante el funcionamiento a un ritmo determinado, en una secuencia predeterminada. Así, una computadora puede tener un ciclo de tiempo determinado y una capacidad de almacenamiento. Por lo tanto, la capacidad de dichos sistemas es relativamente fácil, no sólo monitorear, sino de medir. ¿El hombre tendrá dichas cualidades?
En el ser humano la diferencia es abismal. Cada individuo se caracteriza por su diferenciación: diferencia en capacidades, en habilidades; diferencia en el ritmo de aprendizaje, estilos de aprendizaje, y, lo que es más destacable, se diferencia en un sinnúmero de factores agrupados en una variable multidimensional denominada Motivación. Por esta complejidad, sería demasiado aventurado afirmar que “el rendimiento académico” en un estudiante se puede calcular a partir de elementos de entrada y salida. Es decir, el término “rendimiento” no es apropiado desde un punto de vista estricto cuando nos referimos a las capacidades de los personas en los ámbitos académicos.
Cuando hablamos de máquinas, por ejemplo, el problema del rendimiento es conseguir un máximo de valor en la potencia activa de salida a fin de que se incremente el valor. Esto se puede lograr aumentando la potencia de entrada o al reducir las causas que la disminuyen. Es decir, lograr una optimización (que por cierto es otro término mecánico). Sin embargo, esta lógica no funcionaría en un sistema altamente complejo como el ser humano. Esto se complica en cuanto a procesos pedagógicos o andragógicos.
En realidad, la problemática anteriormente descrita no sólo la tienen las ciencias de la educación. El problema no es quién la tiene y quién no la tiene. El problema es que los usuarios, generalmente, usan los términos sin medir las consecuencias comunicativas que estos implican. En el caso de los docentes, padres de familia y estudiantes todos, deberíamos reparar en el uso apropiado de los términos cuando nos comunicamos y, especialmente, considerar las consecuencias de una aparente comunicación con términos cuyas referencias son distintas a la realidad a la que nos referimos: la máquina no tendría motivación, así como el hombre no tendría rendimiento. Si asumimos esto último con mucho cuidado, tal vez veríamos a nuestros estudiantes de otra forma.
*Este post es una coloboración de Joel Calua Torres, director de Humanidades de la Universidad Privada del Norte.
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