Libros digitales o la necesidad de leer
Necesariamente tendremos que asistir a una metamorfosis literaria en nuestra desgastada cultura lectora. No es para menos. Parte de esta transformación se testifica en que no podemos vivir ajenos a la modernidad: abre sus fauces para engullirnos y hacernos parte de ella misma. Ser un anacoreta refugiado ya no es una solución viable cuando formamos parte de una tradición literaria que ahora tiene que adaptarse a los cambios que lo contemporáneo demanda. En algunos lugares más que en otros, siempre queda el sabor amargo de querer y no poder o, al menos, agonizar (no morir) en el intento de la adquisición de literatura, tan oscurecida por la insuficiente lectura de hoy. El consumo de literatura se ha convertido en los últimos años en una exquisitez tan comparable como degustar un Caviar Almas, un deleite al que solo pocos pueden acceder, aquellos que se atreven a leer, de cualquiera de las formas, a pesar de todo.
Ser escritor es una tarea espinosa y loable en cualquier parte del mundo. Y el camino de la escritura es difícil justamente porque la lectura en muchos o en casi todos los países se ha devaluado hasta los extremos más profundos. Los libros se están perdiendo, deteriorándose en estantes que solo son visitados por una minoría que se preocupa por hacerlo, a veces, muy pocas, es cierto, pero al menos es un intento de aparente lozanía. Solo para hacer un breve repaso por los niveles de lectura, aquí un breve paréntesis a algunas comparaciones -aunque siempre resultan engorrosas- que serían necesarias acotar.
En América y en Europa el índice de lectura, a niveles globales y salvo excepciones considerables, es preocupante. Según la UNESCO, en Europa la lectura se hace más familiar y meritoriamente rescatable en países como Suecia, Finlandia e Inglaterra. Por otro lado, en un anuncio de la Federación de Gremios de Editores en España, se comunicó que en este país la lectura se hace en apenas un 50%, y aún por debajo de ellos, Portugal y Grecia, que no alcanzan siquiera a la mitad de su población. Situación complicada, quizá, pero no perdida. Independiente a ello, en Estados Unidos, con una aparente mejor proyección, la Asociación Nacional de Educación de Estados Unidos afirma que el nivel de lectura es ligeramente superior al 50%, pero estos datos solo se aplican para la propia población norteamericana, en contraste con un casi ausente público lector de migrantes latinos en el país del norte. Entre los habitantes de América Latina los porcentajes son verdaderamente dramáticos. Una muestra de lo que muchas veces no queremos ver, o leer.
Si bien estas cifras apuntan a un nivel de lectura en general sin especificaciones, quizá la tarea de investigar lo que ocurre en textos puramente literarios, sería también una lágrima afligida. En Perú, por ejemplo, no se lee como se debiera, y eso lo demuestran los últimos estudios a nivel internacional hechos sobre el tema. El comercio de literatura está relegado por costos excesivos y -como seguramente en muchos países en el mundo- postergado por la piratería y la inmediatez que se ha apoderado de las grandes masas y se ha posicionado de un mercado que también sufre los avatares de la ausencia de lectores. Comprar un libro ya no es una necesidad, sino un lujo de muy pocos, aquellos que gracias a mucho esfuerzo y coraje académico desenfrenado han logrado vencer la extirpación modernizada de idolatrías librescas.
Hoy, mucho tiempo después, con el avance de la tecnología, el Facebook, el Twitter y los smartphones dispersos por todos los espacios posibles, los libros virtuales se han convertido en una nueva forma de hacer de la literatura un espacio para compartirla desde un monitor que, aunque frío y estático, cobra la única vida que podemos dar a los libros más acorde a esta nueva generación de lectores tecnomaníacos.
Muchos escritores se han opuesto a esto, pues se trataría de un libro muerto, además de la amenaza que generaría para el libro tradicional que siente, respira y habla. Sin embargo, a pesar de las oposiciones, esta nueva forma a pasos lentos está cobrando una fuerza poco a poco impredecible para algunos lugares. Por ejemplo, aunque en la actualidad la venta de libros electrónicos en todo el mundo es casi del 1% del total, esto no ocurre con Estados Unidos, para cuyos habitantes la atracción por esta forma de literatura ha alcanzado ya un respetable 25%.
La forma de difusión del libro digital es una respuesta a la complicada situación del acceso a la cultura que no muchos pueden tener. Lamentablemente, el mundo académico de estos días se ha visto amenazado por una prostitución cerrada que algunos gigantes quieren hacer de las letras una élite y, con esto, sectorizar espacios para que el camino se haga aún más abrupto para los escritores jóvenes y para unos lectores que apenas pueden acceder a la lectura. Ante esto, la digitalización es una alternativa más. Los concursos literarios y las ferias internacionales de libro en muchos países es un intento que permite salvar la tradicional forma de lectura. Pero eso no es todo. Muchos escritores, muy talentosos, esperan no seguir siendo postergados. La molicie de la poderosa nueva generación los hará seguir esperando año tras año para que finalmente siempre terminen escuchando una respuesta negativa y absurda. Ahí es donde aparece esta nueva opción virtual que abriría el panorama literario a lugares insospechados y con ahorro de costos y tiempo.
Ya se habla en estos días de libros hipermedia, el resultado de la multimedia y el hipertexto. Según los expertos, o los que dicen serlos, estos podrían ser almacenados en dispositivos conectados a Internet, con papel electrónico a color y con una interesante capacidad de reproducción de video y vista de imágenes. Esta nueva forma de leer ofrecería una mayor y mejor interactividad a nuestros alicaídos intentos de promoción lectora. Sin embargo, esta sería una más de las razones por las que las industrias editoriales entrarían en lucha en esta apabulladora era digital que, en definitiva, es inminente.
Este es el panorama de lo tradicional y lo virtual para quienes nos dedicamos a la inmolada labor de la escritura. Ser escritor no es estar sentado en un mullido sillón y esperar que pase el tiempo mientras los libros se venden en portentosas editoriales o mediante una conexión a Internet. Ser escritor es mucho más que eso: es vivir la experiencia de quienes nos leen, nos quieren, nos odian y nos critican. Y hoy nos pueden leer en cualquier espacio virtual. Pronto la era digital, vista todavía con desconfianza, estará en todos nuestros actos, absolutamente en todos, y no habrá espacio para escapar del sillón tan cómodo donde nos hemos postrado.
La literatura, venga de un libro impreso o de un e-book, siempre es una forma de escape necesario, sin embargo la migración tecnológica del libro escrito en su versión virtual no dará los resultados esperados si no se fomenta la lectura concienzuda en las generaciones venideras. No se trata de una competencia entre lo digital y lo tradicional, sino de una convivencia salubre y productiva. Es una tarea difícil, es verdad. Por lo pronto, será cuestión de tomar un café e intervenir con una tablet entre las manos, mientras hacemos los esfuerzos para que nos lean, al menos, un poco más.
*Este post es una colaboración de Luis Miguel Cangalaya Sevillano, docente de la Universidad Privada del Norte.