Un libro de cuentos, Siempre fuimos huérfanos, de Luis Alejandro García, y uno de poemas,Flébil, de Luis Eduardo Coronel, nos anuncian el buen debut literario de estos jóvenes creadores y nos devuelven la confianza de que podemos esperar muchos y mejores resultados en el futuro más próximo. La calidad ya la tienen.
El primer libro es como la primera vez: se afronta con miedo y con placer. Acabo de leer los primeros libros de un narrador y un poeta cuyas edades están entre los veinticuatro y veintisiete años y descubro, en efecto, un atisbo propio del salto que no atemoriza y el hedonismo por la escritura que no se niega a mostrarse al desnudo.
Luis Alejandro García (Trujillo, 1993) acaba de presentar Siempre fuimos huérfanos, un conjunto de diecisiete cuentos realmente sorprendente por el temprano dominio de la técnica de los diálogos y el manejo del pulso narrativo. Los cuentos tienen como protagonistas a personajes periféricos que se debaten entre el fracaso y el límite de la vida, salpicados por una visión corrosiva de la realidad. De ahí, quizás, la filiación con el título del libro, es decir, con la idea de que carecen de un centro estructurador, de un pater familias, y por lo mismo deambulan por el mundo sin encontrarle un verdadero sentido a las vidas que llevan.
Una idea recurrente en sus narraciones es el personaje o el narrador que escribe sobre lo que le acontece. Más de un relato está organizado a la manera de un diario, de un cuaderno de notas, de cartas o de anotaciones en los que se pone en evidencia el conflicto entre lo que se narra y lo que se vive o en lo que se acepta y se critica. Hay, asimismo, un profundo cuestionamiento a la forma en que la sociedad percibe la vocación literaria y el valor que le asigna en la escala social. La primera idea está presente en Una época pasada, acaso el mejor cuento del libro, en el que un escritor adolorido y frustrado se encuentra una maleta en la calle que contiene unos misteriosos papeles amarillentos; mientras que la segunda idea puede rastrearse mejor en Un juego idiota. En esta historia, un poeta se ve reflejado con espanto en el vendedor ambulante que vende libros subido en un microbús y, por esta razón, huye del lugar como si huyera de sí mismo.
Para ser justos, si alguna observación podemos hacer a Siempre fuimos huérfanos es la indecisión en algunos finales de las historias y la inclusión de cuentos que no llegan a tener el corpus de un cuento, que se quedan más bien en las buenas intenciones. Por lo demás, reitero mi aprecio por la pericia narrativa, el tratamiento de temas como el machismo, la violencia sexual y los prejuicios sociales y la manera de impulsar el relato hacia adelante a través de los diálogos.
En el caso de Luis Eduardo Coronel (Bellavista, San Martín, 1997), estudiante universitario que reside en Trujillo, percibo en su libro Flébil casi el mismo fenómeno: destreza técnica en la construcción de una poesía que opta por el concepto y la imagen justas, por la revelación de un paisaje interior que se mezcla con el exterior en un juego preciso y envolvente, sin más mediación que las palabras y el sentimiento de lo flébil, lo triste, lo lacrimoso, lo lamentable. La naturaleza del tema podría trasmitirnos la falsa sensación de estar lleno de lugares comunes, pero no. Uno de sus méritos es tratar un viejo y recurrente tópico de la literatura universal con una visión y un lenguaje propios y con gran calidad.
Flébil es una especie de viaje que el poeta realiza por la larga noche de una ciudad pantanosa en la que se ha sumergido en la tristeza de lo pasajero y busca respuestas a sus sentimientos. En su recorrido solo encuentra los vacíos y las dudas que la poesía, o el sentimiento trágico y estético de la vida, puede llenar. “A esta hora,/ en lo más álgido de la noche,/ la soledad duele menos// hay una suerte de pacto en el vacío/ y en él se sienten/ las presencias ya perdidas” (Noche primera), “Para penetrar en las entrañas/ de la noche/ se necesita algo más que soledad/ por ejemplo/ un dolor que la vuelva más drástica” (Noche cualquiera), escribe Coronel.
La poesía de Coronel está en realidad muy próxima a la filosofía de la existencia. Me agrada la sutileza, la contención y la manera en que aborda los tres o cuatro temas que sustentan el libro: la noche, la soledad, el tiempo y el olvido. Se trata de la punta de la madeja de una poesía que va a desenvolverse con grandes y mejores resultados, de esto no tengo la menor duda. El reparo que le podemos hacer es uno solo: el libro debió reducirse únicamente a Ciénaga, allí está contenida lo mejor de su poética. Las partes Los años universitarios y Sobre idas y retornos desentonan con el espíritu del primero.
Siempre me he preguntado cómo ve o siente la literatura un poeta o un narrador que lee, escribe, trabaja y vive en Trujillo. Toda respuesta, supongo, se enmarca en un contexto puramente personal y ella tiene que ver mucho con la manera como cada uno entiende el fenómeno literario, lee, publica, viaja o cultiva su autoestima. Creo que los casos de García y Coronel son una muestra del buen camino que parece tomar la literatura que recién comienza.
*Este post es una colaboración de Luis Eduardo García, director de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte.
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