El feminismo, ese impertinente

Desde sus orígenes, el feminismo tuvo férreos opositores, entre los que se incluían las mentes más progresistas y brillantes de la época. Pese a sus avances, no ha podido todavía persuadir a la sociedad de que lo suyo no es buscar la igualdad con los hombres, sino un tratamiento igualitario de todos los seres humanos.

el feminismo, ese impertinente

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Una de las cosas que más se destaca del feminismo es su carácter impertinente, es decir, las molestias “de palabra o de obra” que provoca en una sociedad donde la violencia contra la mujer parece haberse “normalizado”. Qué importante es saber cómo se originó este movimiento y cómo se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo para poder entender su actual protagonismo y su cuestionamiento al orden establecido.

Como todas las luchas sociales reivindicativas, el feminismo tuvo, desde su nacimiento, que afrontar diversas fuerzas contrarias, incluso desde el sector más “progresista” del pensamiento, como la incomprensión y oposición de los intelectuales y los revolucionarios franceses que propugnaban la igualdad de los seres humanos en el siglo XVIII.

El “hijo no querido de la Ilustración” ―así le llaman algunas feministas al feminismo― estuvo excluido de las ideas revolucionarias de “igualdad, libertad y fraternidad” y de los derechos políticos, sociales y económicos que incluían esas mismas ideas, en la medida en que, en la práctica social, esas ideas y esos derechos correspondían solo a los varones y no a las mujeres. La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano en que culminó la revolución francesa de 1789 no hace un uso sexista del lenguaje. Tampoco lo hizo la Declaración de Independencia de Estados Unidos un siglo antes. Hombre, dicen las feministas, no era usado como sinónimo de ser humano o persona, sino que se refería exclusivamente a los varones. Digamos también que el marxismo histórico con Marx y Engels a la cabeza tampoco dio muestras de lo contrario. Ya habrá tiempo para explicar mejor las razones de esta exclusión del feminismo en sus planes.

“Toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres. Complacerles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarles, consolarles, hacerles la vida agradable y dulce: he aquí los deberes de las mujeres de todos los tiempos y los que se les debe enseñar desde su infancia”, escribió  en Emilio Jean-Jacques Rousseau, uno de los teóricos principales de la revolución ilustrada y uno de los filósofos que ha pasado a la historia como un radical que defendía distribuir igualitariamente el poder entre los individuos.

Pero la incomprensión respecto a la lucha reivindicativa de las mujeres del siglo XVIII tuvo su más férrea oposición en las costumbres sociales, en la familia y en el matrimonio. Olympe de Gougues, quien publicó la réplica feminista del movimiento revolucionario francés: la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, recibió una condena de su padre por dedicarse a escribir panfletos y reclamar educación e igualdad para las de su mismo sexo: “[…] En tanto que carezcan de sentido común [las mujeres] serán adorables. Las mujeres sabias de Moliere son modelos ridículos. Las que siguen sus pasos, son el azote de la sociedad. Las mujeres pueden escribir, pero conviene para la felicidad del mundo que no tengan pretensiones”.

En olas sucesivas, el feminismo ha sido una irrupción incómoda, un discurso político (las sufragistas), una filosofía política, una ética y una práctica social hasta terminar como un movimiento lleno de matices (liberal, extremo, democrático, etc.). Creo, sin embargo, que el feminismo no ha podido, hasta ahora, convencer a sus opositores que no se trata de aspirar a una igualdad con los hombres, sino a un tratamiento igualitario de todos los seres humanos. He ahí el quid del asunto.

*Este post es una colaboración de Luis Eduardo García, director de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte.

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