El anuncio de las últimas nominaciones a los premios Óscar no solo se traduce en un listado de categorías en las que producciones y personas pugnan por reconocimiento. En tiempos de incertidumbre social para los Estados Unidos -y buena parte de América Latina- por la reciente asunción de mando de Donald Trump, la inclusión de un número importante de artistas afroamericanos también puede interpretarse como un golpe de equidad por parte de la Academia.
El año pasado, Jada Pinkett Smith, la esposa de Will Smith (quizá el único actor afroamericano, junto a Denzel Washington y Samuel Jackson, que escapa a los estereotipos de caricatura “negra” impuesta por la mayoría de las majors), acusó a los asociados de confeccionar listas sin presencia de películas y elencos afroamericanos. El director Spike Lee, Óscar honorífico hace dos años y nominado dos veces, también levantó la voz. La polémica caló tan hondo que fue tendencia en las redes sociales (hashtag incluido: #OscarsSoWhite), al punto de hablarse que los Óscar era una ceremonia de y para blancos.
Esta última afirmación tiene asidero. Desde la composición de los miembros de la academia hasta los actores y actrices ignorados, pasando por películas de temática exclusivamente “negra”, el problema se agudiza y las pruebas remiten poca diversidad. Prolongo la idea central de este texto a la poca participación de otro grupo de origen étnico distinto al predominante: el latino. Si bien la Academia nunca ha otorgado datos precisos de la composición racial de sus miembros, hace cinco años una investigación periodística de Los Angeles Times divulgó que “el 94% de los votantes son blancos, el 77% son hombres y la media de edad es 62 años. Estados Unidos tiene un 62% de población blanca de origen europeo, un 13,2% de negros, un 17,4% de personas de herencia hispana y un 5,4% de asiáticos”. De esta manera, las nominaciones del 2017 vuelven a instalar el debate sobre un tema que traspasa lo cinematográfico.
Para nadie es un secreto que La La Land será la gran ganadora de la noche, a menos que los “académicos” jueguen a la sorpresa. Algunos dirán que el año pasado En primera plana dio el batacazo cuando desplazó a El renacido tirando por la borda todas las quinielas. Ese es otro cantar. La La Land es un musical -género estadounidense por naturaleza- que hace una revaloración de los orígenes del jazz y del cine clásico grabado en los grandes estudios. Todo a favor. Con ello no quiero decir que la película de Damien Chazelle sea un producto creado para la audiencia “blanca”. La La Land es una buena película (aunque el aparato de publicidad que tiene detrás la esté vendiendo como la nueva Cantando bajo la lluvia, algo incomparable, y que el hype consecuente se haya disparado por todas partes a nivel mundial). Ganará por su potencia visual, la cuidada dirección de arte que la sostiene, la música original que la blinda y los argumentos antes mencionados. Además es una puerta que conecta al género musical con las nuevas generaciones.
Sin embargo, en casi todas las categorías, incluyendo las cuatro principales (película, director, actor y actriz) se encuentran representantes afroamericanos que probablemente se llevarán algunos galardones. Denzel Washington pugna para mejor actor por Fences, película que también dirigió aunque no ha sido nominado como realizador y que muestra la experiencia de un ex jugador de béisbol que trabaja como reciclador para sostener a su familia. Ruth Negga compite por Loving (drama que cuenta las humillaciones sufridas por un matrimonio entre un “blanco” y una “negra” a mediados del siglo XX). Barry Jenkins opta el premio a mejor director por Luz de luna (la historia de un vendedor de drogas afroamericano que enfrenta con represión su homosexualidad en un ambiente hostil).
Para la categoría top son tres las películas que pelean por la estatuilla dorada y que tienen temáticas afroamericanas: Fences, Luz de luna y Talentos ocultos (filme que narra la vida de Katherina Johnson, la matemática afroamericana que junto a dos colegas aportaron sus conocimientos a la NASA para consolidar la carrera espacial). Tres películas de nueve nominadas también se puede interpretar como una medida justa de inclusión. Aunque tampoco debería institucionalizarse: no a la cuota forzada por procedencia étnica. En un certamen como este siempre se debería premiar la calidad cinematográfica, no el color de la piel.
Al parecer, este año no solo se cantará a la luz de La La Land; también se podrá bailar al ritmo de la igualdad racial, a pesar de la sombra de Donald Trump.
*Este post es una colaboración de Raúl Ortiz Mory, docente de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte.
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