Pistas para convertir nuestras ciudades en Smart Cities

Smart City o ciudad inteligente, es el conjunto de estrategias para conectar las infraestructuras y los usuarios con el fin de mejorar la calidad de la vida. La conexión se realiza bajo el innovador concepto que la eficiencia de las infraestructuras no es por sí sola suficiente para elevar las prestaciones de la ciudad.

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De hecho, en las Smart Cities las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), de la movilidad, del medioambiente y de la eficiencia energética son desarrolladas de forma orgánica y coherente con el diseño de las infraestructuras materiales de la ciudad, mientras el capital intelectual y social de sus habitantes viene a ser aquella infraestructura social que resulta determinante para la competitividad urbana. Entre los dos términos se inserta la atención para los aspectos ambientales, como tercer factor fundamental del crecimiento urbano.

En la planificación de una Smart City figuran proyectos que cubren las tecnologías de la comunicación, la concientización del ciudadano, la movilidad y la contaminación, la eficiencia energética y sus conexiones con el tema de la basura, el verde urbano y la arquitectura a bajo impacto.

En España 58 ayuntamientos ya son smart, mientras que una investigación de la Unión Europea basada en la presencia de seis características smart (Smart Economy, Smart Mobility, Smart Environment, Smart People, Smart Living y Smart Governance) para clasificar las 468 ciudades europeas con más de 100,000 habitantes, establece que se cuentan 240 ciudades que aplican en diferente medidas criterios smart.

Es difícil calcular cuántas ciudades en el mundo participan de la ola smart, principalmente por la dificultad de establecer una definición universal de los criterios evaluativos de la Smart City. Es posible constatar que hay realidades urbanas donde los conceptos smart todavía no se aplican, o no han llegado. Se observa que en la identificación de una ciudad inteligente la presencia de tecnología smart no resulta ser el único criterio ni el más importante (aunque el intercambio de la información en tiempo real se puede realizar solo gracias a sistemas altamente tecnológicos). Lo que tiene gran importancia es la presencia del recurso social como fuerza activa. Para que las acciones tengan un motor sostenible, al costado de la Smart Governance debe existir una sociedad, una comunidad de ciudadanos, interesados en ser Smart People: los verdaderos sujetos para los cuales se debe alcanzar la eficiencia de la ciudad.

Quizás esto sea el anillo débil, que al mismo tiempo puede convertirse en el anillo poderoso del funcionamiento de una Smart City.

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El componente humano no es exclusivo de la fuerza social. Los gobiernos, primeros promotores de la Smart City, tienen su componente humano así como los agentes económicos, definibles por categorías como emprendedores, proveedores de servicios, clientes, etc. Todos son personas o smart people, y es importante que compartan el objetivo común, conscientes de las distintas funciones y responsabilidades y, primero que nada, que comprendan las ventajas de la ciudad inteligente.

Entre las ventajas generales figuran las de una ciudad eficiente, en la cual el tráfico fluya, las informaciones nos alcancen en tiempo real, participamos de la gestión urbana, la contaminación sea tan pequeña que no represente un problema, el medioambiente no sufra de la presencia del ser humano y desaparezca el temor que los recursos se acaben.

Tomemos el caso del tráfico: nos involucra todos y de manera muy profunda, seamos conductores profesionales o privados, pasajeros del transporte público o del transporte privado, o finalmente peatones, que pueden olvidarse del tráfico solo en las todavía reducidas áreas peatonales, que van floreciendo en todas las ciudades. Por lo demás sufren el tráfico como todos.

En un artículo de mayo de 2013, El Comercio señala un estudio del profesor Arias Gallegos, de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa, en el cual se afirma que hay “altos porcentajes de conductores afectados por niveles severos de agotamiento emocional, despersonalización y burnout”. Por otra parte, en setiembre aparece en la página web de El Comercio otro artículo sobre una investigación similar: “El psicólogo Carlos Ponce Díaz, autor del estudio denominado Dimensiones sintomáticas psicopatológicas en conductores de Lima Metropolitana, detalló a la agencia Andina que el comportamiento de estos conductores está vinculado a una deficiente percepción del riesgo, incapacidad para reaccionar adecuadamente al estrés emocional, tendencias antisociales y escaso control personal, entre otros rasgos”. O sea que sufren y además no saben lo que hacen.

Hay razones suficientes para preguntarse por qué quienes manejan reiteran conductas que los ponen en peligro, pero ante ello es importante responder que en un sistema inteligente este tipo de lesiones auto infligidas no encuentran lugar y la agresividad se torna innecesaria porque el desplazamiento de los vehículos es más rápido y fluido.

Cada conductor, privado o público, dispone de información en tiempo real para evitar y hasta prevenir los atascos del tráfico. Se reducen los choques que malogran los autos y lastiman a las personas, el desgaste de los vehículos, los gastos de mantenimiento, los tiempos de recorrido, los consumos de carburante y las emisiones contaminantes.

Para desarrollar un sistema informativo de gran difusión y actualizado en tiempo real, algunas ciudades han optado por la instalación de sensores, y no solo para el tráfico. Los sensores registran datos de los estacionamientos libres, modificación de viabilidad, ubicación de eventos y los sistemas se encargan de difundirlos. Lo importante es que el ciudadano sepa que la información se encuentra en su “smartphone”. Otros aspectos técnicos como el consumo de energía o de agua ponen a las entidades públicas en condición de reaccionar a las diferentes situaciones cotidianas. Datos sobre la presencia de personas, flujo de peatones o el recorrido de las bicicletas públicas permiten monitorear los lugares de interés de la ciudad y son aprovechados en el diseño urbano.

Santander ha instalado 20,000 sensores para medir la calidad del aire, humedad, iluminación o presencia de la gente.

Singapur tiene toda su red de sensores conectados a Internet para detectar riesgos como la inundación de desagües y atascos, además de ofrecer información sobre el transporte público, calidad del aire, estacionamientos libres y mucho más.

Valencia ha implementado la plataforma global de gestión de la ciudad inteligente (PIAE), que recopila los indicadores clave de la ciudad y de gestión de sus servicios urbanos para ofrecerlos de forma transparente a los ciudadanos y a los servicios municipales, con el fin de mejorar la eficiencia en la gestión de los mismos.

Nueva York participa de un proyecto de redes inteligentes que gestiona la demanda de electricidad.

Santiago de Chile ha realizado un prototipo de ciudad inteligente en el Parque de Negocios Ciudad Empresarial, donde se persigue la eficiencia energética del sistema y el cuidado del medio ambiente. Su centro de negocios se ha diseñado con pantallas informativas y para vehículos electrónicos, wifi público, controles de iluminación y edificios domóticos (dotados de técnicas que automatizan sus funciones para mejorar la calidad de vida de sus usuarios).

Lima ha instalado alrededor de 3,487 semáforos inteligentes, con sus respectivas cámaras y sensores, para agilizar el tráfico. Se ha calculado que el proyecto permitirá reducir los tiempos de traslado en un 30%.

Miles de ejemplos nos plantean algunas cuestiones elementales: Si la visión de una ciudad que integre el capital social a sus recursos materiales se ha convertido en el criterio de evaluación de las ciudades contemporáneas, haciendo distinciones entre ciudades inteligentes y simplemente ciudades digitales, ¿en qué posición se colocan nuestras ciudades?

He preguntado a conocidos una opinión sobre las ciudades inteligentes, obteniendo algunas respuestas interesantes. La pregunta fue simplemente: ¿Qué piensa de las Smart Cities o ciudades inteligentes?

–       “Trujillo tiene un atraso enorme y la Smart City es una tipología demasiado avanzada. Sería como dar un smartphone a quien no sabe utilizarlo. Con mucha probabilidad en cinco minutos ya lo habría roto”.

–       “No existe voluntad política para que la participación popular sea real, además la clase dirigente no está preparada…”

–       “La participación ciudadana como capital social se basa en una relación de confianza entre los usuarios y sus gobernantes, condición que actualmente no existe.

Hay componentes sociales que no pueden –o no quieren- admitir las enormes ventajas ofrecidas por un sistema inteligente, un sistema que renuncia a la anarquía, la improvisación y la informalidad. Por eso el ciudadano parece estar desconfiado frente al tema de la Smart City, sea por su misma actitud, por la idiosincrasia nacional o por negligencia de las autoridades. Pero sabemos que en el imaginario colectivo está tomando lugar la idea de una ciudad eficiente y el deseo de participar en su realización, lo que daría nuevo sentido al rol del ciudadano y, por qué no, a los roles del profesional y los estudiantes de arquitectura.

*Este post es una colaboración de Mauro Brunelli, docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Privada del Norte.

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