Consecuencias del abuso de las mentiras en niños

Hay infinitas maneras de criar a los hijos, tantas como familias existen. Muchas veces los padres necesitamos corregir un comportamiento considerado inadecuado utilizando -e incluso abusando- de la mentira como herramienta para este fin. Veamos por qué este recurso no siempre produce los efectos que deseamos.

Está claro que la gran mayoría de padres hacemos lo que consideramos mejor para nuestros hijos. Es más, en nuestro afán post-moderno por disminuir el sufrimiento y aumentar la “felicidad” podemos hacer hijos más sufrientes que felices. El camino más rápido es establecer formas rígidas (no cambiantes) de controlar alguna situación de nuestros hijos, y la receta para mantener ésta es implementar las mismas soluciones y esperar resultados diferentes.

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Una manera rígida es el abuso de la mentira. Muchas veces hemos escuchado la frase “¡come porque viene el cuco!” o “¡hazme caso porque el loco viene y te lleva!” o cualquier otra mentira con el fin de lograr que el niño haga lo que el adulto quiere. Son comunes y hasta aceptadas socialmente para utilizarse en “bien del niño”.

De alguna manera todos somos manipuladores y utilizamos mentiras para lograr nuestros objetivos, pero cuando estas conductas se vuelven rígidas, dañinas y permanentes provocamos más problemas que bienestar.

¿Alguna vez se ha preguntado sobre la repercusión de las mentiras en los niños? El vínculo de apego que los niños desarrollan hacia los padres se sustenta en la confianza. La falta de apego adecuado influye en los problemas psicológicos, ya que no se establece una relación funcional de soporte emocional entre el niño y las figuras de cuidado y protección. Cuando un adulto miente a un niño desafía y daña su confianza y esto da paso a relaciones descalificadoras, incoherentes y confusas, fuente grande de disfuncionalidad.

Cuando las relaciones son incoherentes, la palabra del adulto empieza a perder valor: el niño no cree lo que le dice. Esto interfiere la construcción que el niño hace de lo que significan para él las relaciones de confianza. Así, le enseñamos a no creer en nosotros, nos convertimos en fuente de inseguridad más que de seguridad.

Cuando el vínculo de confianza se ve dañado entre padre e hijo, surgen los problemas. Y luego nos preguntamos ¿por qué mi hijo no me hace caso y/o tiene problemas? Bueno, es muy probable que sea porque la palabra del padre ya no tiene valor. El “cuco” nunca aparece y el “loco” nunca se lo lleva. El hijo deja de creer en el padre.

¿Qué nos lleva a esta manera de crianza? Por un lado, la impotencia ante la falta de control. Impotencia que traducida en actos ofrece una comunicación incoherente. La impotencia surge del exceso de expectativas, del deseo idílico del control, de no poder ver en la realidad lo que uno quisiera.

De otro lado, los estilos familiares aprendidos y repetidos de generación en generación también influyen en nuestra crianza. No es una novedad que uno aprende de la familia a criar a los hijos, luego la pareja adopta maneras propias de criar, pero influenciados por ambas familias. En un contexto como el Perú, donde las familias tendemos a hacer más aglutinadas que desligadas, la herencia es aún más determinante y por tanto hay más opciones de actuar influenciados por ellas. Uno puede simplemente repetir lo que aprendió porque así se lo enseñaron.

Hay más elementos que influyen, como que existen hijos triangulados por sus padres (colocan a sus hijos en medio de sus disputas propiciando relaciones incoherentes). Asimismo, muchas veces las mentiras funcionan y logran que el niño haga lo que el padre quiere. La mala noticia es que tal solución no es duradera y sólo se convierte en una estrategia momentánea de control. A la larga resulta siendo una estrategia de solución rígida e inadecuada.

Recapitulando, hay estilos de crianza que incorporan las mentiras como acciones de control del comportamiento, pero al abusar de ellas se provoca un efecto contrario y la relación entre padres e hijos se torna incoherente y con poca posibilidad de confianza. El apego, que está hecho de confianza, se ve afectado en el desarrollo del niño. Otros utilizamos la mentira por la sensación de impotencia que nos genera el perder el control del comportamiento del niño, que es al final una ilusión de control. Otros utilizamos estos estilos porque es una herencia familiar y la repetimos sin más.

La coherencia es básica en la relación con nuestros hijos: les brinda seguridad, tranquilidad, paz y sensación de protección. Psicólogos y padres, que amamos a nuestros hijos, seamos coherentes con ellos. Si no lo somos, el “loco” viene y nos llevará.

 *Este post es una colaboración de Edén Castañeda, coordinador de la carrera de Psicología – campus Cajamarca de la Universidad Privada del Norte.

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