Un enigma llamado Perú

En este mes patrio planteamos algunas preguntas: ¿Qué es ser peruano? ¿Qué representa? ¿Puede el hecho de haber nacido en un mismo país conllevar una identidad colectiva? ¿Qué nos une a los peruanos? (si es que hay “algo” que nos una) ¿Existe un sentimiento de peruanidad? Todas estas son preguntas válidas, más en un país complejo y complicado como el Perú.

Pero no hay un solo Perú si pensamos en el nuestro como un país pluriracial, plurilingüe y pluriétnico. Existen peruanos que bien podrían pasar por ciudadanos europeos por su forma de pensar, sentir y comportarse, o por sus ingresos económicos y estilos de vida, aspiraciones, metas e inclusive sus particulares problemas, sin mencionar aspectos físicos. Por otro lado, existe un inmenso grupo de peruanos que viven alejados de las grandes ciudades, de espaldas a casi todo y a quienes el brazo del Estado no los alcanza, salvo para recibir sanciones cuando deciden levantarse en huelga o cuando de visitas por campañas políticas se trata. Ahí sí, “su voto cuenta”.

Pensamos que nuestro país es un país fragmentado, herido en su amor propio, fuimos golpeados en nuestra autoestima desde la cruda conquista y aún escuchamos la metralla de la ocupación chilena del siglo XIX. Festejamos batallas perdidas en su gran mayoría, y levantamos la honra de nuestros héroes, cuyos retratos en las paredes de los colegios ya no significan nada para nuestros colegiales, que no son capaces de reconocerlos en un libro. Muchos de éstos preferirían que se cuelguen más bien las fotos de sus personajes de “reality”.

Un país con la figura paterna ausente, distante y floja; cuando no tirana y cruel. Quizá por eso nos cuesta aceptar reglas y siempre buscamos sacarle la vuelta a la norma, sea un político, un jugador de fútbol, un estudiante o un cliente de quien hablamos. Nos cuesta incorporar la idea de respeto, autoridad justa o autoridad al fin y al cabo.

Es difícil hablar también de una identidad colectiva cuando desde hace décadas vemos que ciertas tradiciones y costumbres nacionales se vienen perdiendo por efecto de la globalización, eso que el sociólogo canadiense Marshall McLuhan (1911-1980) llamaba “la aldea global” en la que se ha convertido gran parte del planeta. Las migraciones de todos lados, el turismo descontrolado, las modas extranjeras, los medios de comunicación, la tecnología reinante y la publicidad foránea van minando aquellos baluartes que defendían una historia en común, de pronto historia frágil pero común. Hoy los muchachos más jóvenes no solo no conocen la historia del país (cosa que no es necesariamente un problema pues no saber es lo natural, el verdadero problema es que no les interesa conocerla) sino que admiran las modas, usos y valores de sus “estrellas” mediáticas que van desde cantantes de “hip hop” y cumbia, hasta “yuppies” consumistas, figuras de “realities” o “animes”. Hoy el Perú es una mezcla mal armada de sabores, modelos, canciones y costumbres, no siempre de calidad.

El Perú a muchos de nosotros nos duele. Nos duele como sociedad subdesarrollada. Tenemos una sociedad que desprecia los valores: basta ver el tráfico y el comportamiento en las calles. Las familias no hacen siempre un buen trabajo y los medios nos atontan y materializan cada vez más. En esas condiciones llegan los chicos a la escuela donde el discurso ético y actitudinal, además del intelectual, caen en saco roto.

Se ve bonito embanderar la ciudad en el mes de julio, escarapelas por doquier en fiestas patrias, el “Somos libres” resonará en muchos eventos oficiales, pero consideramos que esas manifestaciones externas bien deberían ir acompañadas de un “embanderamiento interno”, un intentar sentirse perteneciente a este país, a este suelo, y entenderlo como un suelo de todos, aunque seamos de diferentes etnias, posiciones económicas, lugares y religiones. Un convencerse que la idea de la existencia de peruanos que “no son ciudadanos de primera clase” es un error garrafal, cuna de odios, revanchismos y dolor. Nos falta aprender a respetarlo, cuidarlo, quizá hasta valorarlo y defenderlo.

Posibilidades tenemos que encontrarlas, claro. Es una tarea interdisciplinaria. El panorama no es totalmente oscuro, hay pueblos y naciones que se han liberado de sus taras y limitaciones, son resilientes y han curado sus heridas, pero hace falta líderes que, cosa común en estos tiempos, son solo –en su mayoría- mediáticos, corruptos y poco inteligentes. Hay tarea por hacer.

*Este post es una colaboración de Manuel Arboccó de los Heros, docente de la Universidad Privada del Norte.

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