Adiós, Umberto Eco

El filósofo italiano Umberto Eco, especialista en filosofía del lenguaje y semiótica, medievalista erudito, novelista deslumbrante y estudioso esclarecido del fenómeno de la cultura de masas, murió el pasado 19 de febrero. Tenía 84 años y poco antes del final había logrado publicar la que sería su última novela: Número cero.

umberto eco semblanza

Eco nació en el Piamonte en 1932. Estudió filosofía en la Universidad de Turín y se doctoró en 1954 con una investigación que versó sobre la estética de Tomás de Aquino. Fue conductor de programas culturales en la televisión estatal, desarrolló su labor profesoral en las universidades de Turín, Milán y Florencia, y a partir de 1975 se hizo cargo de la inaugural cátedra de Semiótica, en la Universidad de Bolonia. Por muchos años estuvo ligado a la editorial Bompiani, donde fue editor. Fue un escritor prolífico: sus libros se cuentan por decenas y sus cientos de artículos fueron publicados en los principales medios del circuito académico mundial. Incluso escribió un manual que ya se ha convertido en un clásico en la materia, Cómo se hace una tesis, escrito con un tono que desafía los acartonados moldes establecidos, y en que presenta la temática de un modo fresco y jovial estructurando, como se dirá en el subtítulo que acompaña al título del libro, tres aspectos clave del proceso de creación intelectual: estudio, investigación y escritura.

Contaba ya con cuarenta y ocho años cuando publicó el libro que inauguraría su incursión en el terreno de la ficción, El nombre de la rosa, una novela estructurada bajo la forma de una trama policial urdida por una tupida red temática en que aparecen temas como Aristóteles y las implicancias filosóficas que puede tener una cuestión aparentemente tan banal como la risa, la histórica polémica en torno a la pobreza de Cristo, la pureza abrasante de la herejía, el problema del lenguaje y su relación con el mundo que pretende describir, y la búsqueda muchas veces descaminada y quizá finalmente infructuosa de la verdad. Un filme inspirado en esta historia, cuyo papel principal –el del agudo fraile franciscano que sigue las pistas de una misteriosa cadena de sospechosas muertes– corrió a cargo de Sean Connery y se estrenó en 1986.

La novela está ambientada en la Baja Edad Media, en una abadía benedictina italiana, en las primeras décadas del año mil trescientos. Hasta allí llega Guillermo de Baskerville –sabio franciscano, seguidor de Occam y Roger Bacon, y antiguo inquisidor–, acompañado de un adolescente, aprendiz suyo, Adso de Melk. Guillermo tiene el encargo del emperador Ludovico de Baviera de liderar al grupo de teólogos imperiales que defienden la tesis de la pobreza de Cristo frente a las tesis impugnadoras sustentadas por los representantes del Papa Juan XXII. Estas dos facciones rivales habrán de sostener un acalorado enfrentamiento dialéctico. La muerte de Adelmo, un joven monje, cuyo cuerpo ha sido hallado en el fondo de una pendiente, es el evento que pone en marcha la historia. Guillermo, a petición del abate del monasterio, intentará esclarecer el caso. La búsqueda, soliviantada por la sucesiva y extraña muerte de más monjes, lo llevará a la inexpugnable biblioteca de la abadía, punto en que irán anudándose los cabos que poco a poco conducirán la historia a un desenlace teñido de sombría ironía.

Además de esta famosa novela, Eco publicó otras cinco: El péndulo de Foucault, Baudolino, La isla del día de antes, La misteriosa llama de la reina Loana, El cementerio de Praga, y la sobredicha Número cero. Su segunda novela, El péndulo de Foucault, cuya trama se desenvuelve en los terrenos del ocultismo, lleva a extremos surrealistas la búsqueda humana de absolutos. La novela, publicada en 1988, comienza por el final: Casaubon, el personaje narrador, aterrado por el curso que han tomado los acontecimientos, se las ha arreglado para permanecer en el observatorio de París después de haberse cerrado para el público, pues allí va a tomar lugar un suceso de extrema importancia y clave para explicar el laberinto de situaciones que se han venido dando. Agazapado en un rincón, esperará la hora fijada para enterarse de lo que allí ocurrirá. Aquí la historia experimenta una extensa digresión. Casaubon nos irá relatando de qué delirante manera una inocente jugarreta intelectual se transformó en una espantosa realidad a fuerza de inventar relaciones entre las más disparatadas fantasías que poco a poco él, Diotallevi y Jacopo Belbo –sus entrañables amigos– han ido creando bajo la delirante creencia en la existencia de un legendario plan de los templarios para adueñarse del mundo.

En ambas obras late la desconfianza frente al lenguaje y también frente a la posibilidad de aprehender los principios últimos de una realidad que se niega a entregar al ser humano las claves de la existencia: se trata de dos asunciones que constituyen, si cabe, la declaración de principios de un pensador como Eco que se dedicó a hurgar en los entresijos del sentido y el significado a través de sus célebres estudios sobre semiótica. Como toda creación literaria de altura, estas dos novelas introducen un cúmulo de cuestiones que nos acercan a aquellas preguntas radicales que, absurdas o no, configuran este misterioso mundo.

Su faceta de novelista Eco la compaginó armoniosamente con su también productiva labor de investigación en diversas áreas del quehacer humano. Pensador increíblemente versátil, escribió ensayos memorables, referidos a la política, la estética y la cultura, amén de estudios que resultan ser fundamentales para la comprensión de los medios masivos de comunicación, el misterio del lenguaje y la significación, y las sutilezas de la crítica literaria y la interpretación.

Apocalípticos e integrados, obra dada a conocer en 1964, constituye uno de los trabajos pioneros en el campo de la cultura de masas. Los trabajos contenidos en este texto constituyen un aporte fundamental al espinoso debate en torno del surgimiento de los mass-media y su impacto sobre la difusión de la cultura. Uno de los puntos más llamativos de este conjunto de ensayos está dado, justamente, por el iluminador análisis que Eco lleva adelante con respecto a la actitud asumida tanto por los críticos catastrofistas, que anunciaban el apocalipsis en la cultura provocado por la irrupción de los medios de comunicación masivos, cuanto por aquellos intelectuales que, en la orilla contraria, pugnaban por integrarse conciliadora y creativamente a los cambios que este fenómeno implicaba.

Por lo demás, títulos como Obra abierta, Kant y el ornitorrinco, Tratado de semiótica general, La estructura ausente, Interpretación y sobreinterpretación y Los límites de la interpretación, son ya clásicos que dan cuenta de la profundidad, la precisión y la originalidad con que Eco solía aproximarse a los complejos problemas que dan vida a los debates en torno al lenguaje, el significado, y el sentido y la interpretación de textos. Con respecto a esto último, el filósofo italiano se sitúa en un punto alejado de los extremos, pero no por eso menos original e iluminador: si bien el proceso interpretativo frente a un texto es virtualmente infinito, esto no conlleva, de ningún modo, que se otorgue licencia a la arbitraria proliferación de afiebrados puntos de vista que caprichosamente se postulen como legítimos: «(…) hay al menos un caso en que es posible decir que determinada interpretación es mala (…) [y] eso basta para refutar la hipótesis según la cual la interpretación no tiene criterios púbicos (…)». (Eco, 1997, p. 35)

Al igual que en el caso de Galeano, cuya última obra fue publicada, el año pasado, a pocos días de su muerte, en las próximas semanas verá la luz el último libro del gran Umberto Eco, Padre Satán Cuidado. Crónicas de una sociedad líquida.

*Este post es una colaboración de José Antonio Tejada Sandoval, docente de la Universidad Privada del Norte.

Referencias

Eco, U. (1997). Interpretación y sobreinterpretación. Madrid: Cambridge University Press. Sucursal en España.

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