La televisión en cuestión
Antes de hablar de televisión basura, debemos tener claro estos conceptos expresados por Hugo Landolfi, filósofo argentino, que atañen directamente al comunicador: “Toda comunicación o transferencia de conocimiento entre dos entidades, sean estas dos personas o una entidad comunicativa (por ejemplo la TV) y una persona, posee como finalidad primordial el brindar, desde un polo de la comunicación hacia el otro, un mensaje comunicacional que sea valioso para el receptor. La verdadera comunicación no posee otro sentido más esencial que este: la trasmisión de algo valioso pues sino, ¿qué sentido posee la realización de la misma? Esto significa que toda comunicación poseerá dos elementos primordiales: un sentido y una exigencia. El sentido es la dirección en la que avanza, es decir, desde comunicador hacia el receptor de la comunicación.” (http://www.sabiduria.com/articulos/TV-Basura.pdf). En el comunicador están claros estos compromisos, los cuales comparte con los educadores y la familia.
La pregunta es, pues, bastante clara: ¿cuán valioso es el contenido que se ofrece en un programa denominado basura a sus televidentes? Bajo esta premisa, tomemos prestadas definiciones de lo que es este término: El término “televisión basura” viene dando nombre, desde la década de los 90, a una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo como palancas de atracción de la audiencia. La telebasura puede quedar definida por los asuntos que aborda, por los personajes que exhibe y coloca en primer plano y, sobre todo, por el enfoque distorsionado al que recurre para tratar dichos asuntos y personajes. (Manifiesto contra la telebasura en http://www.arrakis.es/~pedra/tvbasura.htm).
En un trabajo presentado por mis estudiantes del curso de Lengua 2, se expusieron algunos argumentos a favor de estos programas, como el desarrollar el espíritu de solidaridad, de trabajo en equipo y/o de identificación con los miembros de tu equipo. Pero lo que subrayo en lo expuesto por las diversas instituciones que firmaron el Manifiesto contra la Televisión Basura en 1997 es bastante claro en cuanto a los propósitos para la cual fue creada esta modalidad que no es solo peruana. En una sociedad cuya educación es bastante deficitaria como la nuestra, estos programas dicen surgir como forjadores de valores e identidades no fortalecidas en aulas o en el hogar. Pero el acercamiento hacia los diversos actores sociales (personas, etnias, grupos religiosos, extranjeros, de género, opciones sexuales) es grotesco y cargado de burla y escarnio, forma que es adoptada por los jóvenes y, lo más peligroso, niños que están formando sus valores sociales.
¿Son culturales estos programas? Asunto espinoso. El debate está abierto sobre qué es y qué no es considerado como cultura para poder difundirse en medios masivos de comunicación. Las posiciones a favor de este tipo de programas se valen de la libertad de expresión (incluso comparan los mensajes de estos programas con los de la revista crítica francesa Charlie Hebdo, que fue víctima de un salvaje atentado en enero pasado), la libertad de empresa o la del puro entretenimiento. Esta última posición es bastante criticable, pero es la que más “seguidores” tiene, ya que los medios de comunicación (cine, incluido) deben ser usados para entretener. Algo así como evasión. Muchos jóvenes peruanos, en su gran mayoría, no han formado una opinión crítica y una sólida capacidad de análisis y de interpretación; por eso, se dejan llevar fácilmente por aquello que les proponen los medios masivos. De la misma forma, existe un grueso de la población que cree en verdades absolutas, que no está acostumbrada a cuestionar ni a dudar y que reacciona agresivamente ante algún cuestionamiento a sus creencias. No existe la costumbre de debatir. La capacidad argumentativa es casi nula y es mucho más sencillo responder con ataques ante aquello que se percibe como amenazante o desconocido. No existe tolerancia hacia los otros ni a sus opiniones. ¿Qué tiene que ver todo esto con la televisión basura? Aparentemente nada. Pero si pensamos un poco más a fondo: ¿qué representan estos programas exactamente? Son sumamente superficiales, exponen las miserias de los otros de forma pública, endiosan a personas cuyos únicos méritos son hacer escándalo y llamar la atención, promueven un modelo de “éxito” para el cual no es necesario ni estudiar ni ser medianamente preparado ni inteligente, promueven el culto al cuerpo y de paso, perpetúan cánones de belleza perjudiciales. En suma, se normaliza y legitima la basura como modelo de éxito.
Por supuesto que nada de esto es novedad ni algo reciente o de los últimos años. Es algo que se ha venido haciendo durante décadas, ejemplos sobran. Y es consecuencia directa de una carencia educativa transversal y sistemática, que ha creado generaciones de gente acostumbrada a reflexionar poco. A buscar lo fácil. Cualquier cosa que implique un esfuerzo es visto como no rentable y aburrida.
Sin embargo, debemos tener en cuenta las reflexiones de Hernán Migoya sobre las percepciones de la cultura, a raíz de la reacción de algunos colectivos virtuales en contra de estos programas (http://cholosoy.utero.pe/2015/02/09/a-favor-de-la-telebasura-y-contra-el-autoritarismo-en-la-cultura/). Muchas personas creen que la cultura debe ser seria, acartonada, distante. Por eso, transcribo literalmente su posición: “[..] No hay nada de malo ni de pecaminoso en que la cultura sea entretenida, al contrario, es un valor añadido: casi el único valor que debería ser obligatorio”. Además, agrega: “La cultura no debe ser aburrida, solemne, adoctrinadora e “inocua” para las mentes de los consumidores”. Y concluyo con su abierta afrenta contra los que dictan lo que cultura o no: “[..] provienen de los segmentos más fanáticos y conservadores de la sociedad, los que en el fondo consideran la cultura viva como una amenaza contra la sociedad. Y quieren la cultura muerta, ésa que por desgracia algunos todavía creen que debe impartirse en colegios, institutos, iglesias y básicamente tribunas por parte de oxidados señores en ternos apolillados y en tonos ampulosos, y que mal entendida sólo adoctrina y castra al individuo para mantenerlo sumiso y connivente [..]”.
*Este post es una colaboración de Gerardo Cailloma, director del Departamento de Humanidades de la Universidad Privada del Norte.