La “enfermedad” de ser distinto

Ha sido una constante a lo largo de la historia buscar alguna forma de poder considerar lo apropiado o lo normal de aquello distinto, aunque no siempre de forma precisa, científica y moral. Un criterio muy empleado ha sido el estadístico, según el cual lo normal es aquello que se practica por la mayoría de los miembros de un grupo o colectivo. Cuando los comportamientos no se enmarcan en la norma, aparece la etiqueta de desviación o enfermedad.

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Esto ha significado la persecución, el ostracismo y hasta el asesinato de todo aquél que no se ajustaba al estándar, el cual muchas veces era impuesto por las iglesias o por grupos de poder político y económico. Antes quemaron brujas que no eran tales sino simplemente mujeres que no querían casarse, no tenían en mente ser madres o vivir como exigía la mayoría. Conocían de medicina natural, eran inteligentes y divertidas. Seguramente otras sufrían algún trastorno mental pero en esa época no había nada parecido a la Psicología moderna, razón por la cual terminaron en la hoguera.

En la universidad solemos decirles a nuestros estudiantes que un Einstein, un Mozart o un Dalí son anormales –estadísticamente hablando- ya que lo normal en este sentido es lo promedio, es decir, lo común, lo sólito, pero un Mozart o un Einstein no son comunes sino insólitos, geniales, inesperados. Se salen del promedio, de la mediocridad.

El sistema ha visto también la forma de “excomulgar” y castigar a todos los disidentes de la normalidad, a todos los que se niegan a formar parte de la comparsa. Los han diagnosticado con curiosas enfermedades. Por ejemplo, antiguamente si un esclavo escapaba de su amo se consideraba que sufría de un desorden médico llamado drapetomanía y no que iba en busca de libertad. Si una mujer se negaba a tener relaciones sexuales con su esposo podía ser arrestada por la policía. Obviamente estamos hablando del empleo de lo supuestamente científico y moral para mantener el estado natural de las cosas en el sistema dominante de turno.

Hoy está pasando con los niños. En algunos países se dice que de cada cinco niños tres tienen TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad). ¿Es esto así? ¿Es esto cierto? ¿Será que las nuevas generaciones están viniendo con temperamentos difíciles cuando no alterados? ¿O será que ya no toleramos más a los niños y conviene medicarlos y etiquetarlos como enfermos? A estos niños que nacen y se crían en una sociedad acelerada, distante, consumista, violenta, contradictoria y tecnocrática, les exigimos que sean pacíficos, reflexivos, empáticos y calmados.

* Este post es una colaboración de Manuel Arboccó de los Heros, docente de la Universidad Privada del Norte

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